martes, 14 de febrero de 2012

Delicado mundo interior


Me levanto temprano todavía . Afuera hace un día frío y gris. Es un día típico es invierno. Paula todavía está durmiendo. Me pregunto con que animos afrontaré nuevo día. Ayer el trabajo estuvo ligeramente complicado. A veces percibo que el esfuerzo de uno no es suficiente como para que las cosas marchen bien.

Estiro las piernas, después del café, e intento descansar un poco. Algunas  veces por las mañanas, cuando Irene se va y la niña todavía duerme  me siento un poco sólo. Ultimamente el aprender cosas por internet, mirar las noticias, leer los periódicos a través de la red ya no me gusta. Quizá, sólo quizá,  sea que el mundo se está resquebrajando y parece, que estuviese cogiendo justo en medio. Me siento demasiado vulnerable en estos días. Hay demasiadas incertidumbres en el aire. Y parece como si todo lo que se hiciese fuese abiertamente insuficiente y se hiciese por lo menos sin convencimiento. Me disgusta pensar en ello, de hecho me pone de franco mal humor.

Intentó refugiarse me lo bueno que tiene mi vida. Una rutina diaria que no me cuesta, que de hecho algunas veces me hace mucho más llevadera la vida. Sé, más o menos, lo que viene continuación. Sé exactamente qué es lo que tengo que hacer, y eso no deja de ser maravilloso unas veces, sobre todo en estos tiempos de incertidumbre generalizada y abundante.

Ahora, al amparo de la luz cálida y confortable de la lamparita de la mesa de trabajo me siento, afrontando un nuevo día con total disposición. Todos los días intentó hacer las cosas mejor que el día anterior. Unas veces lo consigo, otras simplemente no.

Tengo sueños, como otra mucha gente. Pienso en alquilar una casa este verano para llevar a las niñas a pasar unos días en la playa. Sueño con visitas de amigos en las tardes de verano, con escenas en las noches estrelladas al calor de una brasa de una barbacoa. Copas de vino en el aire, brindando a las estrellas. Y todo eso que sueño me parece algunas veces tan lejano e inalcanzable, que por un lado por el otro es tán sumamente frágil, que me asusto. Pero nadie me va a quitar esa maravillosa posibilidad de soñar gratuitamente. Porque si alguien un día me impide soñar estoy seguro de que estaré más muerto que vivo. Y para una persona como yo que está enamorada de la vida es algo inconcebible. Soñar es gratuito. Destierra la depresión y nos pone en un estado mental positivo. Soñar es el maná que los pobres tenemos siempre al alcance de la mano. Así que no hay que dudar. A fin de cuentas la vida es sueño. Luchemos hoy cada uno de nosotros por los nuestros. Quizá entonces el mundo sea un poquito mejor. Y  nuestro pequeño mundo interior se llene de delicadas flores como en la más reciente y explosiva primavera.

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