C O R D U R A

Cordura:Estado psíquico de la persona que tiene la mente sana y no padece ningún trastorno o enfermedad mental.

I N S T A N T E

Instante: Período de tiempo muy breve, casi imperceptible.

UN BREVE INSTANTE DE CORDURA

Un paseo de la mano de la introspección y la reflexión sobre la locura de la vida moderna.

oTrOs lO dIcEN

Do you still believe in fairy tales, in battlements of shining castles, Safe from the dragons that lie beneath the hill?

La Bitácora personal...

De un soñador de Bits en Pijama

jueves, 28 de abril de 2011

En Esencia todo Arde

He adquirido una extraña -o quizá no tanto- costumbre cuando vuelvo a casa de noche desde el trabajo. Detengo el coche un rato, no mucho, acaso diez minutos al lado de casa, junto a los árboles, donde las faloras de las calles quedan resguardadas por los árboles del monte cercano. Y me dedico a ver las estrellas desde allí. En estos días que han venido calurosos, como promesa firme de un verano adelantado, reconozco que es un placer. Un placer de diez minutos, no más. Pero como todo placer, debe de ser breve y organizado. Salgo del coche, me pongo al lado del capó y durante un momento miro hacia arriba y me relajo brevemente.


El hombre que hace eso de vez en cuando, cuando sale del centro de datos, recuerda  durante esos diez minutos que un día quiso ser poeta. Que de vez en cuando salía de noche simplemente por el placer de pasar unos instantes consigo mismo. Cosas de la juventud, me digo. Inconsciencia empujada por el placer, extraño, de vivir. A poco que toco dentro me encuentro de nuevo. Ahí estoy, el que fuí, de nuevo dando vueltas en el interior. Renovado. Viejo y nuevo a la vez.



Pero me doy cuenta de que el sueño se ha ido; de que el niño ha crecido. Ese joven que murió y que quería ser poeta ya no existe. Se lo llevó la vida en una ola de Tsunami de realidad. Ya no quedan poetas. Y eso no deja de ser una putada.

Hoy me vino torturando una canción. El amigo Enrique Bunbury sonaba a través de la radio. Salgo cumpliendo el ritual de los diez minutos y Bunbury me acompaña mientras un cielo cuajado de estrellas domina mi momento. Es una pena que no fume, porque sin duda alguna sería el momento del cigarrillo del cinemascope de la infancia. El momento de la voluta de humo volando y haciendo dibujos. La soledad de una noche de primavera, con un cielo enmarañado de estrellas. Se quedan atrás los temas de trabajo, los casos, los subcasos, y esas cosas complicadas. Vuelo libre. Respiro. Aire que entra y destroza el interior. Paz. Un instante.


Resuena de nuevo la canción. Como una maldición me recuerda partes de mi "No sé distinguir entre besos y raíces no sé distinguir lo complicado de lo simple"  Resuena dentro. ¿ Es a mi?, me digo. "Soy yo". Esa frase en el fondo podría ser mía.  Pero me doy cuenta de que el sueño se ha ido de que el niño ha crecido. Ese joven que murió y que quería ser poeta ya no existe. Se lo llevó la vida en una ola de Tsunami de realidad. Ya no quedan poetas. Y eso no deja de ser una putada Murieron de hambre en la cola del INEM. Los poetas no merecen subvenciones. 





Mis diez minutos se tornan en frustración y sabiduría. Jóvenes que fuimos un día llenos de luz. Aparentamos cascarones vacíos por la realidad de la vida, una realidad demasiado dolorosa. Letras que pagar, obligaciones que contraer, madurez a espuertas dentro de uno y obligaciones aprendidas y heredadas.  Es cierto con la edad nos hacemos viejos y sabios. Nos volvemos, como me sigue diciendo Bunbury y secuaces, más sinceros. Consuelo escaso pero real sobre la vida que ahora mismo nos acompaña. 
 "
Ya somos más viejos y sinceros y que más da
si miramos la laguna como llaman a la eternidad

de la ausencia











Mis diez minutos tocan a su fin. Se acaban. Pero percibo que en el fondo todos somos lo que fuimos. Y que como dice la canción, todo arde si le aplicas la chispa adecuada. Que los que somos ahora mismo son parte de lo que fuimos, aunque permanezcamos mutados en un aspecto posterior más aburrido y previsible. Que fuimos amantes, poetas, enamorados de la vida, idealistas, apasionados, aventureros, anarquistas, soñadores. Y que todo ese bagaje está dentro de uno, como si fuese una hoguera esperando a ser prendida. O como el rescoldo de algo que ardió y nos dejó su aroma de ceniza fuerte y embriagadora.  En esencia, todo arde y deja su rastro como el fuego en la hierba. En esencia somos lo que fuimos. Su rastro está ahí a poco que le otorguemos  diez minutos cada día para salir a la luz  

martes, 12 de abril de 2011

Percibo claramente las sombras del viento en el agua


Fuimos a esa gran atalaya sobre la ria de Arousa que es la casa de un pariente de quien más quiero. Las vistas son grandiosas. Puedes ver la illa, las bateas, los barquitos, barquitos de vela. Son hermosos. Son grandiosos. Al fondo una motora, un mejillonero, una piragua. Balandros. Verano adelantado sobre una primitiva tarde de primavera. Se percibe la hermosura. Todo lo rodea. Corazones que nos quieren, niños pequeños que juegan. Tardes de hermosa compañia. Me gusta ir, me siento muy bien cuando lo hago. Por un instante te parece formar parte de todo aquello y te olvidas de esa sensación de ser un trozo de carne con medio cerebro abandonado debajo de las estrellas.

Contemplo el mar. Me gusta pasarme horas contemplándolo cuando tengo la oporunidad. Me gusta la humildad en general que tenemos los hombres ante la fuerza y la inmensidad del océano . Creo que a los seremos humanos nos gusta de vez en cuando sentirnos pequeños aunque sea simplemente para olvidarnos por un rato de las dimensiones de los problemas cotidianos. No gusta, no me cabe duda. Tan pequeños como niños delante de nuestros padres. Somos niños siempre. Y pocas veces nos damos cuenta.

Con una copa de buen vino en la mano y con el pensamiento en ese instante todo se hace hermoso de pronto. El sol se ponía y contemplé el espectáculo ofrecido: la impresionante fuerza del viento sobre el agua. Percibo claramente las sombras del viento sobre la superficie, levantando pequeñas olas. En ese momento lo sientes: las huellas del viento y el mar son huellas gigantes. Y yo soy tan pequeño. Y como me gusta algunas veces sentirme así.


Mientras el mundo parece rajarse a trozos alrededor de nuestras confortables vidas es cuando realmente tomamos conciencia de nuestra verdadera dimensión: somos pequeños. Creemos que todo nos pertenece, pero no es así. Sómos pequeños comparado con las huellas del viento. En lo pequeño, decía un amigo mío, está la hermosura. En las pequeñas cosas está la felicidad. Como una tarde contemplando las huellas del viento en el agua.