C O R D U R A

Cordura:Estado psíquico de la persona que tiene la mente sana y no padece ningún trastorno o enfermedad mental.

I N S T A N T E

Instante: Período de tiempo muy breve, casi imperceptible.

UN BREVE INSTANTE DE CORDURA

Un paseo de la mano de la introspección y la reflexión sobre la locura de la vida moderna.

oTrOs lO dIcEN

Do you still believe in fairy tales, in battlements of shining castles, Safe from the dragons that lie beneath the hill?

La Bitácora personal...

De un soñador de Bits en Pijama

martes, 21 de octubre de 2008

DIORAMAS (II)

Como prometí, os entrego la segunda parte -otro relato breve entero- de "Dioramas"
En vista del éxito obtenido por la primera parte, espero vuestras impresiones sobre esta segunda.
Recordad que, al final de la publicación, haré un recopilatorio en PDF para que lo podaís descargar al disco duro.
Espero que os guste
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TREINTA Y SEIS PUNTOS



Camino me mira. Gruñe por lo bajo. Alrededor de nosotros cientos de autómatas de color naranja efectúan su rutina automatizada habitual. Cientos de chispas salen en todas partes, a lo largo y a lo ancho de la inmensa nave industrial. Los autómatas de color naranja ensamblan y sueldan pedazos de automóviles. Camino sigue gruñendo por lo bajo, casi imperceptiblemente. Estamos en su cabina, la cabina del encargado, donde los papeles engrasados, los informes, las calibraciones, son parte de su día a día. Un día a día que otros deseamos. Porque mientras Camino mueve papeles y se enfrasca en ellos, otros movemos pesadas piezas de metal y las soldamos, aguantamos el calor asfixiante, sudamos, nos esforzamos, nos hacemos daño en las vértebras y comemos el sabor del metal ardiendo sobre la cara. Bolitas de metal a dos mil grados de temperatura, que acaban pegándose en las máscaras, en los dientes, en la piel, las pestañas. Bolitas de metal incandescentes que golpean el rostro, las mejillas, se cuelan por los resquicios de la ropa y te queman el pecho, la barriga, incluso los testículos. Notas el calor, ardiendo, que baja por el cuerpo. Olor a sudor, olor a grasa de metal, olor de la sangre si te cortas con el filo de una pieza. Guantes de cuero. Grasa y aceite empapados en la ropa Mientras tanto, Camino mueve papeles y piensa. Vuelve a gruñir.
-¿Y por qué quieres hacerlo?
-Simplemente me apetece –digo en voz baja-
Vuelve a Gruñir. Me deja su mirada clavada en los ojos
-Nadie pide hacer más horas porque le apetezca. Lo hacen por dinero. Porque necesitan dinero, porque se quieren comprar un coche, una casa, lo que sea. Pero no porque quieran. Nadie quiere trabajar de más.
No me entiende. Estoy seguro. Estoy completamente seguro de que no sabe qué es lo que le estoy pidiendo. Pero insisto, porque esa es mi mayor virtud: saber insistir.
-No es cuestión de dinero, Camino. Es cuestión de que quiero estar aquí y quiero hacerlo. Prefiero estar aquí y no estar por ahí afuera. Me gusta trabajar y quiero aprovechar el tiempo.
-¿Tienes algún problema de dinero, hijo?
Le digo que no. Pero sé que no me cree. Camino es desconfiado por naturaleza. En este mismo instante está pasando por su cabeza que debo tener problemas de drogas, de impagos, de cualquier cosa. Lo piensa. Gruñe por abajo. Mueve tres papeles. Sigue gruñendo. Afuera un robot suelda pegando chispazos. Su estructura naranja se mueve de un lado hacia otro. Sus tenazas sueldan dando puntos de soldadura . Uno, dos, tres, diez. Todos exactamente en el mismo sitio. Todos exactamente iguales. Como los pensamientos de Camino. Siempre precedibles
-Ahora mismo estamos altos de producción. Y ya que lo pides, por mí no hay mayor problema. Ahora bien, deberías hablar con Manjón, el RPH, ¿Sabes, no? .. pues eso, para ver si te autoriza hacerlo. No hay problema por velar unas cuantas horas, pero lo que tú pides no es habitual. Si él te autoriza, yo puedo gestionarte dónde trabajar. ¿Has trabajado en “bloque avant”?
Camino deja su impronta de escarmiento a mis deseos: Bloque avant es la parte delantera del vehículo. Una parte del vehículo que no admite, o al menos no todavía, robotización para soldar las piezas. Las piezas son pesadas: pasos de rueda, enganches de parachoques, traviesas… Camino me propone sudar o lograr que claudique de mi loca pretensión de ganar más dinero trabajando más.
-No hay problema. He trabajado ahí alguna vez.
-Entonces ve y habla con Manjón. Si el te deja, a mi me da igual. Ve a hablar con él. Y luego me cuentas.
Dejo a Camino en su cabina transparente. Alrededor de la misma, cientos de autómatas siguen soldando. Trozos de hierro con formas que recuerdan a secciones de un vehículo son ensamblados a una velocidad que no puede ser humana. Operarios vestidos de azul sudan y sudan copiosamente. Me dirijo hacia las oficinas. Estructuras metálicas pesadas, escaleras, sopladores de aire. Camino por el suelo verde, marcado de amarillo. Cruzo un semáforo en la línea de producción. Termino de pasar y un enorme trozo de un coche pasa detrás de mi. Un esqueleto mecánico brillante y reluciente. Unas pinzas robotizadas se acercan al bloque. Sueldan. Chispazos, Olor a grasa. Humo. Un hombre de pelo gris me mira de soslayo como si yo fuese una amenaza. Durante el paseo de casi diez minutos, todo alrededor parece exactamente igual, y a la vez, enormemente diferente. Cada máquina, alguna gigantesca, cumple una función perfectamente delimitada.
Llamo a la puerta. Manjón me recibe con su mirada hipócrita torcida, calcada a todas las miradas hipócritas que me ha dedicado antes. Es joven –no llega a los cuarenta – se supone que guapo, pelo engominado, cara de no haber roto un puñetero plato. Pero tiene perfectamente conocidas sus funciones. Nos sentamos. Su despacho no es lujoso. Es un agujero en medio de un enorme despliegue tecnológico. Aislado acústicamente sobre el resto, con puerta de madera. Con un letrero en letras rojas encima de la puerta que reza algo parecido al INRI de Jesucristo en la cruz: RPH: recursos de producción Humana. Apesta a hipócrita. Huele a genuino gilipollas, a trepa, a licenciado con enchufe, a padre con influencias, a coche caro con mujer e hijos. Huele a mezquindad, a despotismo ilustrado. A poder, en definitiva.
-Así que quieres hacer horas extras todas las tardes. ¿Puedo preguntar el por qué?
Camino ha hecho su trabajo. Casi lo puedo imaginar, lanzado sobre el teléfono nada más salir de su cabina de mando. “Oye, tengo aquí un mierdecilla que quiere hacer horas extras por un tubo, te lo mando a ver si se raja o a ver llegas a un acuerdo con él” Camino es un chivato. Pero es un factor con el que cuento. Un factor que era conocido. Nada nuevo. Todo previsto.
Y me repite la pregunta y sigue el mismo guión que sigue Camino. ¿Hay algún tipo de problema económico? ¿Por qué lo necesitas?

-Porque me apetece trabajar, me gusta estar aquí y me gustaría especializarme.

Y diciendo esto pienso que le miento. Le miento a la cara. Y pienso: Cómete esta gilipollas. Cómetela y luego cágala en tu confortable asiento. ¿Quieres que te diga la verdad, cara culo? ¿La quieres? ¿Quieres que te cuente que la hija de puta de novia se acuesta con mi mejor amigo? ¿Quieres que te cuente que los vi el otro día bailando de noche, justamente cuando ellos pensaban que dormía para ir a trabajar el Sábado a las seis de la mañana? ¿Quieres que te cuente que me ha mentido durante meses en los cuales me ha pedido dinero para su apartamento nuevo porque ella no trabaja ni ganas que tiene? Puedo contarte eso, cara de mierda engominada. Puedo contarte eso y que estoy hasta el culo de sentir que me viene una depresión encima del tamaño del puto monte Everest. Que siento rabia interior a todas horas. Que cada vez que pienso en las horas y horas que he hecho durante estos meses para poder irnos a vivir juntos me dan ganas de tirarme a la via del tren, por ser tan tonto y haberla creido tanto. Puedo contarte, señorito mierdas de pelo engominado, las noches sin dormir, las heridas de las manos y los cortes en los brazos, los sueños perdidos, las ilusiones rotas. Ver que mi amigo se ha convertido en mi enemigo, en un rival, en un insulto. Que me ha perdido el respeto para poder saciar el calor de su entrepierna tendiente a la eyaculación precoz. Y que prefiero matarme trabajando que estar en la calle y ser la comidilla de ellos o la pena de mis amigos. Que aquí dentro todo tiene orden para mi, sé lo que tengo que hacer y nadie me lo cuestiona. Te lo podría contar, claro que sí. Te lo puedo contar, mamón. Podría. Pero te dejo con cara de gilipollas, que en el fondo es lo que eres. Y no te digo nada, porque soy enormemente más inteligente que tu. Porque no te lo mereces. Porque te trato con el desdén que merecen los iletrados, los tontos de baba y los mezquinos. Cómprate una máquina que me lea el pensamiento y luego ya lo veremos.
-Me apetece. No es un tema económico.

Manjón saca la cara de póker. Yo la mía. No tengo que esforzarme. El personaje que tengo enfrente no merece la pena. Luego tira de discurso sobre producción, compromiso, paz laboral, sindicalismo reivindicativo, la poca necesidad de gente en determinados puestos y un montón de argumentos más que tienen el mismo valor que mis deposiciones intestinales. Evidentemente el papel que ha ejecutado ha sido tan patético que casi me causa risa. No insisto. Sé que está a punto de venderme un favor. Y luego acepta. Con condiciones. Sólo un mes. El puesto será malo: “bloque Avant” Camino y su pestilencia vuelven al ataque. Nadie se hace rico trabajando. Es evidente.

Salgo del despacho. Digo adiós al hipócrita y Camino ya me espera. “Bloque Avant”. Cada pieza pesa cerca de veinte kilos. Paso de rueda y enganche a bastidor. Treinta y seis puntos de soldadura. La pinza de soldadura RPS pesa cerca de once kilos más que manejar. Un minuto y veinte segundos por pieza. Coloco las piezas en la maqueta. Me ha dolido la espalda. Ya contaba con ello. Camino mira. Cierro las presas. Un punto. Chispazo. Otro punto, chispazo. Otro más. Veo a Lito. En mi mente veo su cara. Falso. Eres un mentiroso. Traidor. Punto de soldadura. Veo su cara. La pinza de soldadura se expresa por mí. Punto. Chispazo. Los veo, bailando en la disco mientras yo trabajo para montar la casa con Sandra, Los veo entre la multitud. Os he visto cabrones y vosotros a mi no. Punto. Mil chispas. Gota de aceite en la chapa. Escoria de soldadura. Proyección. Los ví bailar, pensaban que estaba durmiendo. Payaso. Soy un payaso. Chispa en la cara. Las gafas se han llevado la proyección. Lito, yo que te traté como un hermano cuando murió tu hermana, yo que enseñé a conducir, que te llevé a todas partes conmigo. ¿Tanta necesidad tienes de un coño que vendes a un amigo por él? Chispa, chispa… punto. Otro punto. Ella no vale nada. Empiezo a sudar. Chispazo. Punto. No vales nada. Eres un traidor. Chispazo. Punto. Traidor. Punto. Traidor. Traidor. Punto. Ella no vale nada. Chispazo. Ayer tiré su anillo en la playa de los Olmos. El sol metiéndose en el mar dibujó ondas naranjas en el agua. Vaya mujercilla tan patética…Y veinte chispazos más. Y el odio fluyendo por la sangre. La casa, el ático soñado, todo se desvanece.

Un minuto. Debe ser algún tipo de récord. Camino me mira incrédulo.
- Haz doscientas más y luego te puedes ir a casa.

Y agarro otra pieza. Y me vuelve a doler la espalda. Los pulmones chirrían pese a la máscara. Una pieza. Treinta y seis puntos. Uno… chipazo… odio. Te lo di todo. Dos… chispazo… te olvidaré. Tres… chispazo… mi amigo no era mi amigo. Cuatro…. Ella nunca valió nada… treinta y seis puntos…

miércoles, 1 de octubre de 2008

Oporto, de nuevo.

Viajar tiene esos momentos. Los hay mejores, y evidentemente hay otros peores. La suerte subyace en privilegiar a los primeros sobre los segundos. Y eso, precísamente eso es lo me pasa a mi con Oporto.

No es dificil, si uno deja libre la imaginación, visualizar como eran las orillas del Douro -Duero para los castellanos- en siglos pasados. Evidentemente, toda la fiebre turística que corrompe los lugares hace mucho tiempo que llegó a la ciudad, pero el río en sí sigue guardando secretos y nos sigue contando las verdades de una cuidad que es todo lo que otras quisieran.

Evidentemente con Oporto,  tengo una especie de historia a medias. Se junta el amor, la añoranza, lo típico, lo tradicional, lo oculto. Todo en una ciudad tan grande y cosmopolita, como rural y típica. Una mezcla de antítesis que hacen precisamente que aumente su encanto.

Para recorrer Oporto hay que empezar en la orilla del Douro aunque la lógica dicte lo contrario. Calles empinadas no ayudan precisamente al paseante. Pero una excursión desde la Baixa de Oporto hasta arriba, a lo alto de la Catedral es muy recomendable. Tonifica y si no hace demasiado calor uno puede sentir el agradable ambiente de la brisa ribereña subiendo por las calles de la zona antigua.

En otros lados de la misma zona, podemos contemplar edificios en estado realmente preocupante. De todas formas, el esfuerzo por mantener y restaurar el casco antiguo es encomiable. Ire paseaba su barriguita con salero mientras el resto de nosotros nos dirigíamos al mercado de flores y frutas. Un edificio recomendable en cuanto a la visita. Los puestos parecen colgados en medio de un antiguo patio que me recuerda a un Covent Garden a la antigua usanza. Su encanto es evidente.

Comer en Oporto es bastante sencillo. Goza de alguno de los mejores restaurantes del tercio norte del Pais. Tanto el Cafeina, como en D'oliva son buenos ejemplos de cocina cuidada, un esmerado servicio -algo que en otros lados deberían aprender- y un ambiente más que agradable.