martes, 2 de noviembre de 2010

Un Hogar en el Arbol

Me llega a través de Israel, viejo camarada de juergas juveniles, admirado trabajador por mi parte y profesor devoto, un enlace estremecedor -y que conste que tanto adjetivo calificativo me empieza a escamar, pero no encuentro mejor manera de describir lo que viene desde dentro de uno mismo- sobre los ultimos manuscritos de Miguel Hernández.



Y a esta hora de la mañana, no puedo dejar de abalanzarme sobre el teclado y desangrar parte de mis impresiones sobre la información que mi viejo amigo me remite.  Con la ternura de haber sido padre hace no demasiado tiempo me estremezco al pensar que los últimos escritos de Miguel Hernández son para su hijo, al que quería volver a ver antes de morir.
Un sencillo cuento escrito en papel higiénico.



Me asalta la tristeza. La crueldad humana es infinita, como la propia estupidez de los hombres. Ayer, el padre de quien más quiero nos contaba anécdotas de la época de la guerra, contadas por sus propios padres y abuelos. Alguna de ellas nos despertaba la sonrisa. Incluso la carcajada. Pero de nuevo, la realidad se convierte en una bofetada solemne y dura. Leo el escrito (Es un cuento pequeño, de apenas un folio de extensión, con metáforas ingenuas sobre la libertad) y vuelvo a sentirme roto. Amenazado, en realidad. Bajo la siniestra influencia de una extraña sombra que quiere acallarlo todo.

Hace años, cuando a través de mi amiga Ana María, entré de soslayo en contacto con el germen de la autodenominada  asociación por la memoria histórica, me horroricé al pensar en que en nuestro país  yacen casi ciento cincuenta mil personas "tiradas y enterradas" en las carreteras, cunetas, bosques y vaguadas de todas las provincias. Esa extraña sombra parece querer planear sobre todos aquellos que quieren arrojar luz sobre la dignidad de aquellos hombres y mujeres. Desalojo de jueces, corruptelas varias, asociaciones de toda índole (alguna de ellas de carácter casi obsceno) encubrimiento de todas las vergüenzas, capas de oscuro polvo e imposición del olvido obligatorio -como si fuese un Bálsamo de Fierabrás de obligadísima aplicación cerebral -son las recetas infalibles de los sectores más caducos, extremistas y oligárquicos de la derecha actual. Los conservadores de este país son un extraño partido, amalgama salpicada de diversas tendencias, corrupción a niveles institucionales, coalición encubierta donde se juntan la extrema derecha, los demócrata-cristianos y los centristas todos a una, cual fuenteovejuna del ansia de poder. A ninguno de ellos le importa lo más mínimo que casi un cuarto de millón de compatriotas de todas -todas- las tendencias políticas no tengan derecho a una sepultura, y que reposen como bestias sacrificadas de una matanza en los lugares más recónditos.

Igual que en su época, no hace tanto, les importaba bien poco que un simple escritor dejase a su hijo como herencia un simple cuento. De la misma forma que no les importaba lo más mínimo asesinar  a quien les llevase la contraria.

Afuera empieza a llover. La tristeza me corre dentro. Pienso en mis niñas. Las echo de menos. Pienso en Miguel Hernández. La historia, su historia, me arrasa el alma. Estoy herido, me digo, como el propio Miguel Hernández. En realidad todos estamos heridos mientras no asumamos, como país, como estado, los actos cometidos, los errores sucedidos y las tropelías infligidas.

Para entonces, quizá -solo quizá- tengamos todos, por fin un hogar en el árbol.
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ENLACES:
web de Israel -Profe de Lengua-
http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/28061/Miguel_Hernandez_Estos_ineditos_imprevistos

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