La barcia es como un escenario de película. De tan bello que es algunas veces hasta parece irreal. Parece inventado. Hay días en que me sorprendo a mi mismo buscando las traviesas de madera que sujetan, como se hace con los marcos de las fotos, cada uno de los elementos del paisaje. Pero me equivoco, afortunadamente y resulta que es completamente real. Entra el Otoño por la Barcia, y lo hace preñando y colapsando las hojas de los castaños, y llenando el suelo de los erizos marrones que protegen el fruto interior tan preciado. Paseo despacio. El cielo busca una estrella. Los prados verdes tienen un cierto tinte violáceo, desangrado por el cielo. El Pedroso vigila el espacio, colmado de sus antenas. Los árboles se mecen con la sombra de la tarde. Y paseo. Me siento dichoso por vivir, por estar vivo. Pienso en los que me han precedido, en los amigos que se han ido, en los perdidos, en los que nos dejaron atrás, en los que nos abandonaron. Me pregunto si ellos pueden disfrutar del instante como lo hago yo. Me pregunto si ellos lo hicieron alguna vez. Me pregunto tantas y tantas cosas…