C O R D U R A

Cordura:Estado psíquico de la persona que tiene la mente sana y no padece ningún trastorno o enfermedad mental.

I N S T A N T E

Instante: Período de tiempo muy breve, casi imperceptible.

UN BREVE INSTANTE DE CORDURA

Un paseo de la mano de la introspección y la reflexión sobre la locura de la vida moderna.

oTrOs lO dIcEN

Do you still believe in fairy tales, in battlements of shining castles, Safe from the dragons that lie beneath the hill?

La Bitácora personal...

De un soñador de Bits en Pijama

miércoles, 19 de octubre de 2011

Breve y Extraño Monologo Con Ron

Vengo de noche furtivamente a escribir un rato. Es una de esas noches de Santiago, después de un atardecer naranja pálido y bello en medio de un octubre impropio.  Sería de esas noches en las que si el que escribe tuviese el vicio del tabaco, se encendería un cigarrillo, al más puro estilo del capitán Manghisi, exhalaría el humo y lo vería flotar hacia la pantalla del ordenador con visión de cuadro de enfoque hollywoodiense, años cincuenta.  De esa ecuación fallan varias variables. La primera, que no fumo. La segunda es que vivo en colores y no en blanco y negro y no tengo nada de glamouroso  ... y la cuarta es que escribir es mucho más tóxico que fumarse cualquier tabaco de cualquier lugar del mundo. No importa con qué esté aderezado o aliñado.

Hay personas y personajes. He tenído la suerte de tener alguno al que pude o puedo llamar amigo dentro de esta última categoría. Amigos de esos que si uno fuera capitán de barco a vela tendrían aros hasta en las narices, tatuajes hasta salva sea la parte, una novia en cada puerto y una inevitable botella de ron. Amigos de esos que no te dejan tirado, amigos de esos que están en todas partes, aguantando a todos y a todo. Amigos que te soportaron pacientemente en tristezas de amores de mala hora, en horas altas y bajas. Sus caras están en un verano, en una noche, en miles de madrugadas...  Amigos de los que puedes contar mil aventuras y desventuras. O incluso cuando en noches como esta te apetecería tener una buena botella de ron entre las manos, la imagen del amigo vuelve a la memoria.



De mi amigo Victor puedo contar miles de historias. Pero por deferencia al personaje, no lo voy a hacer.  Es mejor escucharle a él un buen rato. Reirte o maldecir al unísono con él.  Siempre que bebo un buen ron, pienso en él. Siempre que añoro una buena copa, pienso en él. Victor y el dorado licor están presentes y conjuntos siempre. Nos hemos ido de pesca furtiva con una botella de ron como protagonista. Hemos visto pasar las noches enteras, en la tranquilidad de una playa, hablando de mujeres, de amores y amantes de buena y mala reputación durante horas mientras el aguardiente de caña de azúcar nos acompañaba. Hemos hablado horas, horas y horas a la luz de la luna bajo los árboles de la playa de los olmos, contándonos nuestros respectivos planes de futuro. Momentos espléndidos de amistad que se diluyen con el paso cadencioso pero inexorable de la vida.

  "hablando de mujeres, de amores y amantes de buena y mala reputación durante horas mientras el aguardiente de caña de azúcar nos acompañaba." 

Ayer, después de muchos meses, hablamos un rato al teléfono. Y hay una promesa: la de un dialogo con ron presente, para ponernos al tanto de la vida del uno y del otro. Entonces este texto dejará de ser monólogo. Y se convertirá en diálogo. Ahí queda pendiente. Volver a ver al amigo para evitar lo que siento esta noche: que escribo un extraño monologo con ron. O mejor dicho... con nostalgia del licor.  Es lo que tiene crecer.  Ya no puedes seguir siendo el rey del rockandroll.












martes, 13 de septiembre de 2011

El viejo Lobo Manghisi

Me regalaron hace un mes y medio -eso de cumplir años es lo que tiene- un libro de un afamado escritor. Me gusta que me regalen libros, aunque por causas naturales (o mejor dicho, inevitables) sea extremadamente dificil que pueda acabarlos en un plazo razonable de tiempo. Por eso me gustan los libros de artículos periodísticos. Son fáciles de leer a esclavos del tiempo como yo. Volviendo al tema, el libro versa - cito textual el subtítulo- sobre "Textos y escritos sobre barcos, mares y marinos" Realmente ha sido un gran regalo. Me gusta. En el fondo, ahora que vivo tierra adentro muchas veces establezco paralelismos entre los hombres del mar y los hombres de tierra que se me antojan adecuados. En la vida, te das cuenta de que el mar acecha en todas partes  
De mis tiempos de bohemio ribereño ( o simplemente de juerguista nocturno por mis Vigos adelante) recuerdo con cariño las charlas en el café años veinte con gente de la mar.  Posteriormente, en mi época de trabajo en hostelería, recuerdo con devoción a varios marinos y  profesores de la náutico-pesquera que hablaban de sus experiencias lejos de tierra. Tuve un cliente, Pepote, ex-marino retirado y profesor de motores marinos  en la escuela antes citada,  que una noche , recogiendo yo ya los bártulos del día  y tomándose un café con ron me hizo ponerme los pelos de punta comentando el miedo que había sentído  -mediados los años ochenta-  en una plataforma del mar del norte. Furia de los dioses de fuerza nueve que se llevó el sistema de radio, parte de las barandillas, y a un congoleño que trabajaba de camarero en el servicio de catering .  Y en aquel rostro cuajado por las heridas del tiempo podías entender perfectamente que mientras apuraba el café, el rostro del congoleño todavía estaba fijo en la memoria mientras caia por la barandilla abajo, hacia la oscuridad absoluta de un mar congelado y mortal.

Los viejos lobos de mar, los avezados e indómitos personajes que podrían llenar páginas de cualquier narración, pero que son reales, que los puedes ver tomando café, a primera hora de la mañana en el puerto, en la alameda, en los accesos a la zona portuaria.

Si de algo me he dado cuenta a lo largo de los años es que también es que también hay viejos lobos del mar en plena tierra. Pero que rozan lo indómito pese a  que solo han ido al mar para bañarse o para sacar estúpidos peces del agua. O para poner los pies a remojo, todo cabe.  Y probablemente Ono Manghisi sea uno de ellos. Carezco de conocimiento para saber si Ono ha estado en el mar para hacer algo que no sea lo anteriormente dicho. Pero en su mundo, en nuestro mundo y a su manera el viejo lobo Manghisi es un hombre de mar.

Ono es hombre de datos, del mar de datos.  Ese mar invisible, imperceptible, imaginario y real como el mar más marino y salado del mundo. Ese mar que ahora mismo es el mar del que depende el propio mundo.  Ahí, el viejo lobo que lleva en la  sangre es mejor que el propio comandante Prien metiendo pepinazos a la flota inglesa desde su U-47 en la puta base de Scapa Flow. En el mar de los datos invisibles, olas imaginarias  de unos y ceros que te hunden el barco y lo llevan al fondo lechoso de la incomunicación,  Manghisi es el capitán que te gusta tener en medio de una tormenta.  Huele como los viejos marinos de mi juventud y mi infancia. Olor a picadura de tabaco , y su  piel curtida que podría estarlo por mil tormentas, está oscurecida  por miles de horas de radiación infame delante de un monitor.  Tiene los ojos de los marinos viejos,   ojos que ven más allá.  Incluso en el mundo virtual hacen falta lobos que hayan comido espuma de mar, que hayan visto hundirse naves en llamas, rque recuerden las puestas del sol echando de menos a la mujer y a los hijos reconocidos y no reconocidos de las novias de puertos lejanos.



Huele como los viejos marinos de mi juventud y mi infancia. Olor a picadura de tabaco , y su  piel curtida que podría estarlo por mil tormentas, está oscurecida  por miles de horas de radiación infame delante de un monitor. 


Quizá en el mar, en plena tormenta, a uno le gustase tener a su lado al propio comandante Prien fumando en pipa en el puente de mando y no dejándose despeinar por las tormentas.Pero en el mar de los datos, lo que uno espera encontrar es la mirada de Ono diciéndote "tranquilo grumete, si la velocidad no es buena, simplemente bajaremos el perfil espectral, reaprovisionaremos PVC's y verás como se nos levanta la picha de un momento a otro"  "Tranquilo por ese 8V, picha floja, le vamos a meter un plantillazo que se va a cagar por la pata para abajo" "Dile a ese técnico que haga las putas pruebas en PTR y que haga un reinicio de fábrica y que no te toque los cojones"

Casi lo puedo imaginar, en ese océano de unos y ceros crueles y desordenados, rompiendo la imaginaria proa de su router ZyXel, sentado en su imaginario puente de mando,  con su gorra de plato, sus camisetas hippies,  fumando su picadura y dicíendole a toda la tripulación: "Vaya "padazo" de equipo estáis hechos, pandilla de pichas bravas." Es imaginativo todo esto, me digo. Y me rio un poco por dentro. Supongo que Ono también sonrie hacia sus adentros cuando nos ve trabajar. Es lo que tiene conocer a honestos, sanos, sabio y trabajadores lobos de mar en plena tierra.

Con diez años de menos

Podrían dar vida a esta entrada mis inefables "Rodriguez" cantando aquello de "diez años después ¿quién puede volver atrás?" El interrogante es suplicado ¿Quién querría volver atrás?
Se cumplieron, con la exactitud que marca el tiempo , sobre todo cuando no quieres que pase, los diez años de los atentados del once de Septiembre.   En el fondo,  que pasen uno o diez años a mi no me ha variado mi experiencia en absoluto. Quiero decir que yo me enamoré de Nueva York (me acabo enamorando de los sitios por los motivos más absurdos) y esa ciudad sigue viva tal y como era en mi memoria. Tengo, por supuesto, miles de recuerdos de Nueva York los días anteriores al ataque. Todos son bonitos. Hermosos. Todavía recuerdo el olor de la chica impresionante en la tienda de pantalones de la dieciocho. Recuerdo la sorpresa del guiño de su ojo, mientras yo miraba hacia un lado y hacia el otro esperando que nadie se diese cuenta. Su invitación a café, a tomar algo en la esquina. La tentación Neoyorkina al servicio del recuerdo. "España, un pais precioso" me dijo en su anglosajonísimo y yankisimo inglés.  Pensé en ella tres días más tarde cuando llegó el colapso de la torre uno y se desmoronó como un castillito de arena de tamaño extraordinario. Supongo que sigue viva, o al menos es algo que yo quiero creer.

"España, un pais precioso" me dijo en su anglosajonísimo y yankisimo inglés.  Pensé en ella tres días más tarde cuando llegó el colapso de la torre uno

O, como no, la mujer del Van que nos acercó casi seis millas después de que cogiésemos el bus equivocado a Hasbrough Highs y acabásemos medio perdidos en una gasolinera buscando el hotel. Esas cosas hacen que uno se enamore de los sitios.


Pero el peso del tiempo se nota. El once de septiembre debe ser una fecha que debo dejar atrás, como así parece que han decidido los norteamericanos.  Si, es cierto que no olvidan a ninguno de los suyos. Pero también es cierto que las páginas de los libros deben pasarse. Así que yo lo prometo y lo hago.  Con diez años más encima, creo que lo vivido merece que empiece a coger su capa de anestésico y merecido polvo.  Hasta la vista NYC. Hasta otra.

sábado, 14 de mayo de 2011

La coherencia del estado febril

Salgo del centro de datos y sé que no estoy bien. Me recibe una brisa helada y molesta. Amio y las afueras de la empresa son un paisaje vacío y oscuro. Me he pasado media tarde con dolor de cabeza y con fiebre. Hubo instantes donde las letras bailaban desde el monitor, se reían de mí, jugaban entre las casillas de los dos CRM, se movían, se colapsaban, se eclipsaban y se volvían invisibles en un manto oscuro y marrón. El portapapeles decidió irse a tomar viento fresco y su cordura fue tras él, y tras él, también fui yo. Reinicié sistema mientras el pecho me dolía, los pulmones me expectoraban, la cabeza me ardía y mis preocupaciones por la poca productividad en el tiempo de estancia en la empresa hacían que todos los síntomas se agravasen todavía más. Pero todas esas cosas tienen un segundo propio de vida, y luego fallecen por la importancia de volver a casa. Sé que en el trabajo no formo parte de nada. Intento centrarme, aprender cosas, analizar y descubrir. Pero es un ejercicio inútil. Tengo de vez en cuando la extraña impresión de que a nadie le importa lo que puedo aportar. Me encantaría gritar de vez en cuando y decir que soy un tipo muy formado en redes, que puedo ayudar, que puedo implicarme en otras cosas. Que puedo aportar mi experiencia, mis ansias, mi seriedad, mis conocimientos… pero en el fondo me doy cuenta de que todo eso, si uno hace un balance rápido, no importa lo más mínimo. Tanto en este como en otros trabajos. En esencia: soy invisible. En el fondo me da igual.

Vuelvo a casa. Aquí todo está en su sitio. Las niñas duermen. Tanto la grande como la chiquitita. La radio escupió problemas futbolísticos abusurdos del país de don Balón mientras el viejo coche me acercaba a mi hogar. La autopista estaba vacía. Mi cerebro también. Me daba todo absolutamente igual. Cuando llego hago siempre el mismo ritual; dejo mis cosas en cualquier parte (ya me reñirá Irene mañana) bebo algo y beso a mis amores. Los dejo descansar. En el fondo me doy cuenta de que es lo que más me gusta del día. Eso y este instante de ponerme a escribir.

"Tengo que programar algo" me digo. Me pongo a teclear código un rato. Ejercicio infructuoso. Leo libros. No sirven, son viejos. Nada funciona. De pronto de doy cuenta de que no sé nada. Que un formulario aparece y desaparece cuando no debe. Que una ventana no se abre cuando debiera abrirse. Me desespero. Tengo que terminar esto. No sé que me pasa. Estoy obsoleto, como una locomotora a vapor frente a un veloz tren bala moderno. Soy una reliquia. Necesitaría un curso para refrescar mis pocos conocimientos de programación. Soy una antigualla, me reafirmo. Cierro el entorno de creación. Estoy harto. Harto de estas cosas con teclas.

Me tomo un ibuprofeno con leche caliente. Maldito momento. Maldito país. En condiciones normales yo no haría esto. No estaría aquí. La fiebre me sigue subiendo a momentos. La extraña coherencia del estado febril me marca poco a poco este texto. Me hormiguean las manos. Vuelvo a pensar que fuera de estas paredes, de esta cálida trinchera que es mi casa, mi cama, mi hogar… en realidad no formo parte de nada. No lo echo de menos. Creo que hasta me gusta ser así. Yo que siempre he sido tan extrovertido, tan amigable, tan buen anfitrión, tan buen cicerón y tan buen tertuliano, tan buen amigo. Mutación sorpresa. No me gusta últimamente relacionarme con nadie. La mayor parte de la gente de mi entorno me da absolutamente igual. Excepción hecha de mis cuatro amigos, de mi vida, de mi familia política… hay momentos en los que sería absurdamente feliz si nadie me hablase, si me hiciesen de verdad invisible, como los mendigos, los pordioseros, los tristes de corazón, los locos en sus celdas.


 

¿Y si un día me canso de todo? A lo mejor algún día me canso de aguantar a la gente que me convierte en invisible. Lo he pensado alguna vez…¿ y si un día me canso de aspirar los broncodilatadores y los corticoides que me mantienen operativo? Si un día me canso de la vida que llevo ¿Qué haría? Si en un determinado momento me canso de sentirme invisible, de que me llamen parásito, de tener siempre paciencia… ¿Qué sucedería? Quizá todos aquellos que piensen que soy invisible… no pensasen lo mismo. Quizá todos aquellos que me tienen por buenazo, por sensible, por pausado, por hombre tranquilo… no tendrían nunca más ese concepto sobre mí. Con lo que cuesta mantener la calma y la paciencia a un tipo tendente al nervio como yo, lo más fácil seria dejarse llevar y sacar al monstruo del sótano a soltar un largo pis y dar un par de mordiscos bien merecidos a más de uno.


 

La tos sigue. Me duele todo el cuerpo. Me olvido de los formularios. Me olvido de todo. Soy incapaz de dejar de escribir mis excrementos mentales aquí. Porque adentro guardo una luz y vivo feliz arropado en la cálida trinchera de mi vida. Aquí estoy esperando un nuevo ataque y un nuevo zarpazo. Aquí me encontrarán. Soportando la fiebre, que ya remite, que ya me libera. Me voy a la cama, a disfrutar de esa parte tan extraña y desconocida de mi vida. Porque sé que yo soy yo. Y eso nadie me lo puede quitar.

lunes, 2 de mayo de 2011

El Día de La revolución Pendiente

Me levanto esta mañana con la noticia de la muerte de Bin Laden . Me pregunto hasta qué punto es una mala o una buena noticia. No sé que pensar. Los seres humanos de este planeta estamos imbuídos en otras guerras más   mundanas y creíbles que personajes casi míticos o más propios de fantasías de celuloide. Nuestra guerra es más normalita, más de andar por casa, más habitual y muchísimo más vulgar: sobrevivir a la posible  entrada en el desempleo, pago de hipoteca correspondiente, pago de obligaciones, educación de nuestros hijos, aguantar a nuestros correspondientes botarates de cada día (jefes estúpidos y maleducados, mayoría de politicos incluida) ... como se puede comprobar, las guerras extrañas entre Obama y el difuinto Osama (vaya casualidad, parecen esos muñequitos llamados  Pin y Pon) nos quedan muy lejos y poco factibles para nuestro día a día. Y eso incluso lo digo yo, que el amigo Osama estuvo a punto de meterme en un lío gordísimo hace casi diez años.

Pero todo esto me suscita preguntas que son de dificil respuesta. Leo la noticia, la vuelvo a leer y me parece todo una verdad a medias. Y una verdad a medias, me decía con buen criterio mi Padre, es a veces bastante peor que una mentira. Vuelvo a la lógica paterna: ¿hasta qué punto no compensaba detener a este hombre y que fuese juzgado con luz y taquígrafos, con un tribunal y con una sentencia jurídica firme y honesta en vez de meterle una bala en el cerebro? ¿Hasta que punto toda esta parafernalia no es un ejercicio soberano de hipocresía estatal ? Todo esto entroncado con la sociedad de información es algo que se pelea y que acabará tarde o temprano. Todo es muy sucio y muy extraño. ¿No podemos hacer imperar la ley, el derecho, sobre un arma de fuego ?

Por supuesto no creo que tarden mucho los conspiranoicos en sacar a la luz que Osama sigue vivo. Que en realidad, OSama está en manos norteamericanas y que ha pactado su entrega a base de una nueva identidad y desmantelar la organización. Seguro. Supongo que en breves fechas nuestro "amigo" Osama  estará con Michael Jackson, con Hitler, el extraterrestre de Roosvelt y el propio Elvis Presley en ese lugar secreto donde todos estos seres se esconden y de vez en cuando bailan sobre nuestras tumbas. Cosas de hollywood, supongo.  Los conspiranoicos, que no nos sirven de mucho. Necesitamos que verdaderamente imperen los estado de derecho, y que los políticos no estén administrando ese derecho a espuertas y a su libre albedrío para que la humanidad sea auténticamente libre. Una mezcla adecuada de información libre, tecnología libre y de derecho libre y sin tapujos es el único camino que debe y puede seguir la humanidad para seguir evolucionando. Si lo dejamos en manos de la clase política, miedo me da dónde podemos acabar.

La libertad y la verdad son bienes preciosos para cualquier occidental. Por su prevalecencia, por su valía , por su existencia se justifican guerras, asesinatos, secretos, mentiras y todo tipo de problemas derivados. Si en el fondo todos estos valores en realidad son maleables a los intereses políticos y no son verdades absolutas ¿somos mejores que otros? ¿somos mejores que esas supuestas civilizaciones que someten los clítoris de las mujeres a ablación, que someten a sus hijos a trabajos forzados y que hacen prevalecer la simple fuerza de las armas.? La respuesta es no. No somos mejores si los valores sobre los que fundamentamos nuestra supuesta prevalecencia es la simple media verdad maleable a los intereses de unos pocos. Quizá tengamos algo de esperanza en el futuro si mi generación se percata finalmente de estas verdades, si esta generación técnicamente ilustrada y humanamente formada puede hacer prevalecer los valores estandartes de la civilización occidental sobre los intereses de unos pocos. Esa es la revolución pendiente, la verdadera revolución sobre las mentiras organizadas.

jueves, 28 de abril de 2011

En Esencia todo Arde

He adquirido una extraña -o quizá no tanto- costumbre cuando vuelvo a casa de noche desde el trabajo. Detengo el coche un rato, no mucho, acaso diez minutos al lado de casa, junto a los árboles, donde las faloras de las calles quedan resguardadas por los árboles del monte cercano. Y me dedico a ver las estrellas desde allí. En estos días que han venido calurosos, como promesa firme de un verano adelantado, reconozco que es un placer. Un placer de diez minutos, no más. Pero como todo placer, debe de ser breve y organizado. Salgo del coche, me pongo al lado del capó y durante un momento miro hacia arriba y me relajo brevemente.


El hombre que hace eso de vez en cuando, cuando sale del centro de datos, recuerda  durante esos diez minutos que un día quiso ser poeta. Que de vez en cuando salía de noche simplemente por el placer de pasar unos instantes consigo mismo. Cosas de la juventud, me digo. Inconsciencia empujada por el placer, extraño, de vivir. A poco que toco dentro me encuentro de nuevo. Ahí estoy, el que fuí, de nuevo dando vueltas en el interior. Renovado. Viejo y nuevo a la vez.



Pero me doy cuenta de que el sueño se ha ido; de que el niño ha crecido. Ese joven que murió y que quería ser poeta ya no existe. Se lo llevó la vida en una ola de Tsunami de realidad. Ya no quedan poetas. Y eso no deja de ser una putada.

Hoy me vino torturando una canción. El amigo Enrique Bunbury sonaba a través de la radio. Salgo cumpliendo el ritual de los diez minutos y Bunbury me acompaña mientras un cielo cuajado de estrellas domina mi momento. Es una pena que no fume, porque sin duda alguna sería el momento del cigarrillo del cinemascope de la infancia. El momento de la voluta de humo volando y haciendo dibujos. La soledad de una noche de primavera, con un cielo enmarañado de estrellas. Se quedan atrás los temas de trabajo, los casos, los subcasos, y esas cosas complicadas. Vuelo libre. Respiro. Aire que entra y destroza el interior. Paz. Un instante.


Resuena de nuevo la canción. Como una maldición me recuerda partes de mi "No sé distinguir entre besos y raíces no sé distinguir lo complicado de lo simple"  Resuena dentro. ¿ Es a mi?, me digo. "Soy yo". Esa frase en el fondo podría ser mía.  Pero me doy cuenta de que el sueño se ha ido de que el niño ha crecido. Ese joven que murió y que quería ser poeta ya no existe. Se lo llevó la vida en una ola de Tsunami de realidad. Ya no quedan poetas. Y eso no deja de ser una putada Murieron de hambre en la cola del INEM. Los poetas no merecen subvenciones. 





Mis diez minutos se tornan en frustración y sabiduría. Jóvenes que fuimos un día llenos de luz. Aparentamos cascarones vacíos por la realidad de la vida, una realidad demasiado dolorosa. Letras que pagar, obligaciones que contraer, madurez a espuertas dentro de uno y obligaciones aprendidas y heredadas.  Es cierto con la edad nos hacemos viejos y sabios. Nos volvemos, como me sigue diciendo Bunbury y secuaces, más sinceros. Consuelo escaso pero real sobre la vida que ahora mismo nos acompaña. 
 "
Ya somos más viejos y sinceros y que más da
si miramos la laguna como llaman a la eternidad

de la ausencia











Mis diez minutos tocan a su fin. Se acaban. Pero percibo que en el fondo todos somos lo que fuimos. Y que como dice la canción, todo arde si le aplicas la chispa adecuada. Que los que somos ahora mismo son parte de lo que fuimos, aunque permanezcamos mutados en un aspecto posterior más aburrido y previsible. Que fuimos amantes, poetas, enamorados de la vida, idealistas, apasionados, aventureros, anarquistas, soñadores. Y que todo ese bagaje está dentro de uno, como si fuese una hoguera esperando a ser prendida. O como el rescoldo de algo que ardió y nos dejó su aroma de ceniza fuerte y embriagadora.  En esencia, todo arde y deja su rastro como el fuego en la hierba. En esencia somos lo que fuimos. Su rastro está ahí a poco que le otorguemos  diez minutos cada día para salir a la luz  

martes, 12 de abril de 2011

Percibo claramente las sombras del viento en el agua


Fuimos a esa gran atalaya sobre la ria de Arousa que es la casa de un pariente de quien más quiero. Las vistas son grandiosas. Puedes ver la illa, las bateas, los barquitos, barquitos de vela. Son hermosos. Son grandiosos. Al fondo una motora, un mejillonero, una piragua. Balandros. Verano adelantado sobre una primitiva tarde de primavera. Se percibe la hermosura. Todo lo rodea. Corazones que nos quieren, niños pequeños que juegan. Tardes de hermosa compañia. Me gusta ir, me siento muy bien cuando lo hago. Por un instante te parece formar parte de todo aquello y te olvidas de esa sensación de ser un trozo de carne con medio cerebro abandonado debajo de las estrellas.

Contemplo el mar. Me gusta pasarme horas contemplándolo cuando tengo la oporunidad. Me gusta la humildad en general que tenemos los hombres ante la fuerza y la inmensidad del océano . Creo que a los seremos humanos nos gusta de vez en cuando sentirnos pequeños aunque sea simplemente para olvidarnos por un rato de las dimensiones de los problemas cotidianos. No gusta, no me cabe duda. Tan pequeños como niños delante de nuestros padres. Somos niños siempre. Y pocas veces nos damos cuenta.

Con una copa de buen vino en la mano y con el pensamiento en ese instante todo se hace hermoso de pronto. El sol se ponía y contemplé el espectáculo ofrecido: la impresionante fuerza del viento sobre el agua. Percibo claramente las sombras del viento sobre la superficie, levantando pequeñas olas. En ese momento lo sientes: las huellas del viento y el mar son huellas gigantes. Y yo soy tan pequeño. Y como me gusta algunas veces sentirme así.


Mientras el mundo parece rajarse a trozos alrededor de nuestras confortables vidas es cuando realmente tomamos conciencia de nuestra verdadera dimensión: somos pequeños. Creemos que todo nos pertenece, pero no es así. Sómos pequeños comparado con las huellas del viento. En lo pequeño, decía un amigo mío, está la hermosura. En las pequeñas cosas está la felicidad. Como una tarde contemplando las huellas del viento en el agua.

lunes, 21 de febrero de 2011

Los campanas de la Negra Sombra

Hoy toca narrar algo que me sucedió a principios del pasado noviembre. Pongo en antecedentes: En Noviembre pasado uno de mis mejores amigos ( y la palabra amigo es realmente dificil de acuñar al día de hoy) celebró su despedida de soltero. La idea del organizador y de otros amigos era el celebrar una pequeña cena en el Hotel Bahía. Me gustaba la idea de ir a un Hotel que ha formado parte de mi infancia desde su exterior. Creo que fue la primera vez que entré dentro del que sea, quizá, el hotel más famoso de Vigo. El recuerdo infantil del niño en bicicleta corriendo por sus aceras, sorteando turistas y hombres de negocios de los ochenta, puede parecer un poco ñoño. Y probablemente lo sea. En todo caso me pareció un escenario impresionante y muy querido.

Bajaba hacia avenidas desde Urzáiz. Me gusta el recorrido. Al doblar Colón descubres el mar como si estuviese escondido. Al fondo. donde nadie lo espera.  Es curiosa la morfología de la zona. Caminé despacio, el primer temporal del invierno llegaba y la noche era desapacible. Pero al menos no llovía en demasía. Caminé por las humanizadas aceras, sorteé obras incómodas y me planté en las avenidas, con el Club Nautico presidiendo la zona. En los pantalanes los veleres hacían sonar sus cordajes al viento del temporal.

En ese momento, escuché una melodía reconocible. La campana de la caja de ahorros. Una campana que forma parte del paisaje acústico de Vigo. Algo que nunca eché de menos. Pero a la vez fue algo que entendí que estaba omnipresente en mi vida y no me había percatado. Sonaba, con el repliqueo de las diez de la noche, entonando la "negra sombra" a toque siniestro de campana. Me paré un instante, junto a uno de los escenarios de mi juventud, la alameda donde pasee una y otra vez en aburridisimas tardes de Domingo adolescente. "Demonios" me dije "vaya Dejá-vú" o como coño se escriba. Un momento absurdo. Pero al tiempo recordé al niño en bicicleta, a su hermano, al adolescente paseante, a los domingos de la Palma (también una plasta de Domingos donde no te podías manchar y el mayor atractivo era la ropita nueva y el refresco en el Hotel universal) y las tardes de calor sofocante bajo los árboles. Que pesadez de recuerdos. Un hastío insoportable me atacó de pronto. Las mismas sensaciones que cuando era un niño.  En medio de estos pensamientos entré en la cafetería. Lo que un día fue una de las mejores cafeterías de todos los tiempos estaba exactamente igual que en mi memoria de niño. Con una excepción. El tiempo ha hecho mella en todo aquello. La escafandra de buzo que preside la cafeteria, antes dorada y brillante, aparece ahora mustia, rayada, empolvada con capas de meses y meses de falta de limpieza. .La barra, enviídia de todos los bares de la ciudad, ahora estaba mellada, la cerveza era  barata, como cualquier bar del tres al cuarto. Las mesas, donde las señoritingas y los señoritingos hablaban de todo, siguen siendo las mismas, pero  aparecen rascadas, rotas  y hundidas. Todo lo que antaño aparentaba lujoso y bonito en la mente de un niño, ahora, en la mente de un adulto aparenta demasiado caduco. Impropio. En todo caso, no me sorpredió.

Quien vaya a la cafetería del bahía (animo a cualquier lector de este blog a que pase por allí y saque unas cuantas fotos y las compartamos) podrá ver que sigue siendo un viaje en el tiempo. El lujo se ha ido y queda un extraño cascarón de recuerdo. Tomé una cerveza fría mientras el temporal asolaba y ennegrecia todavía más la noche. Los acordes de la negra sombra en la cabeza. El viento fuera. El tiempo alrededor. Todo aparentaba arrasado.

La cena y los posteriores acontecimientos me dejaron  claras varias cosas.  Una  de ellas es que ya a pocos de los que estaban allí se les podía llamar amigos. Casi a ninguno, a excepción hecha del protagonista. Les pasó a muchos lo que le pasa a la cafetería del hotel Bahía. Les pasó factura el tiempo. Su pretendida exclusividad, su pretendido, buscado y falso elitismo es una tara mental demasiado grave como para ignorarla. Es un retraso demasiado palpable como para no evidenciarlo. Un síndrome demasiado pesado y demasiado repetido. Otros se han diluido. Se han quedado a medias, como losq dioramas pasados, como los paseos vividos en la juventud, como los viajes en bicicleta. Si, existieron, su apariencia es muy semejante a como eran anteriormente. Pero se pierden, se han perdido, se están perdiendo y no tengo ya ni ganas de hacerles volver. Serán saludados, nos veremos en ocasiones, habrá alguna llamada. Pero se van... y en el fondo yo quiero dejarles marchar.  Quiero que se vayan porque hasta hace poco eran buenos amigos y sería bueno dejarlos inmaculados en su recuerdo.  Lamentablemente se pierden y van manchando su traje inmaculado. Se van, se van, se van... o mejor dicho, ellos se quedan y yo sigo el viaje, como los barcos cuando zarpan del puerto. Quizá un dia vuelvan sus nombres a sonar como nuestros oidos, como la melodía de la negra sombra. En todo caso, lo digo ya, honestamente no los echaré de menos. Como no eché de menos la canción.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Jardín Secreto

Llevo desde las séis de la mañana pensando en escribir este artículo. Lo cual, supongo, que convierte a estas letras en las más meditadas de las que ultimamente he escrito. Y eso que me he autoimpuesto un silencio recurrente en las pasadas fechas. No hablo mucho, no escribo prácticamente nada, y me limito a un periodo de introspección que no ha sido buscado. Algún resorte interior que se ha tocado, o una pieza de dentro de mi engranaje está cambiada. La máquina se mueve, incluso en su interior.

toda esta reflexión nos lleva a este párrafo: No sé por qué razón me ha pasado algo extraño al despertarme. O mejor dicho, al soñar hoy. He dormido poco -últimamente no duermo ni mucho ni bien- y quizá por eso mi cerebro entró en modo "comportamiento errático". Me explico: soñaba en multicolor. Tengo sueños (no muchos, un par de veces al mes a lo sumo) que son multimedia. En esos sueños reconozco melodías. Escucho música. Huelo, percibo, casi tan bien como en el mundo real. En mi sueño multimedia sonaba una canción  que no reconozco. Pero que estoy seguro de haber escuchado en algún momento. Surgió de dentro, plop, como un grano o un quiste sebáceo.  Me lleva medio dia rondando.
Y me he dado cuenta de que estos sueños que tengo son parte de lo que yo he llamado "mi jardín secreto". Ese sitio donde de vez en cuando se aloja el cerebro buscando un paraiso reconocible.

Estos días atrás me encontré, via red social, con un viejo compañero de insituto. Mi buen amigo David Cabaleiro, de cuya vida nada sé al dia de hoy (aunque tengo omnipresentes en el recuerdo sus hirientes ojos azules) y que recuerdo que ví por ultima vez hace once años, en la entrada de un centro comercial. Recuerdo que iba vestido con una cazadora de cuero marrón, que lucía sonrisa de noche de sábado y que continuaba portando sus tremendos ojos azules para deleite y deleitarse de todas las hembras que quisieran disfrutarlos y de aquellas que entrasen en el campo de visión. En fin: mi amigo David Cabaleiro era golfo (casi tanto como yo) en las épocas de instituto. Con la diferencia de que yo era un completo descerebrado y que David era un tipo que sabía como hacer las cosas. Quiero decir que yo era un completo cenutrio y siempre estaba siempre más pendiente de mi vida social que de agarrar los libros. David era todo lo contrario.



En el hilo del insituto (todo instituto del mundo que se precie tiene que tener un hilo en una red social) me lo encontré por casualidad. Y fui portador de malas noticias. Recordé, con cariño y nostalgia a mi viejo -e ido, hace muchos años ya-  amigo Julio Hermida, que se nos fue de manera tonta y absurda, como son todas las muertes de automóvil. Puse un pequeño recordatorio y David me contestó que no había tenido noticia del fallecimiento. Ya entonces comprendí que le había chafado la noche.


Ayer, por la noche, David estaba detrás de la consola. Me reprochó -con razón- que llevaba toda la jornada dándole vueltas a la noticia del óbito de nuestro amigo. Me disculpé. Dijo algo que me llego adentro. "Estás muerto, tu también estás muerto" Le respondí que era cierto. No somos quienes fuimos ni quieres dijimos ser. Las células del ser humano se renuevan cada seis meses, siete a lo sumo. Por lo tanto de aquellos que fuimos no queda nada. Solo esa línea que es la continuidad en el tiempo. "Tu también estás muerto" me dijo. "Estabas muerto hace dos minutos, pero has vuelto a vivir". Esa reflexión me ha dado vueltas en la cabeza todo el dia.

Luego por la noche tuve ese sueño. Y gracias a ese momento onírico me he percatado de muchas cosas. En el fondo creo en mi jardín secreto es donde realmente sigue David Cabaleiro, con la portabilidad de sus ojos profundos como el mar. Y con él, muchisima gente que he conocido. Viejos compañeros, viejos amigos. Gente que un dia fue mi gente. Pero que ya no lo es ni quiero que lo sea. En el fondo todo esto de las redes sociales es una estafa que  se basa en la continuidad en el tiempo... pero los que somos ya no  somos aquellos. En el fondo David ya no es David. Yo no soy yo. En el fondo aquellos quienes fuimos están muertos. Solo les pervive la sombra del tiempo de lo que fueron.

"Tu también estás muerto" me dijo. "Estabas muerto hace dos minutos, pero has vuelto a vivir". Esa reflexión me ha dado vueltas en la cabeza todo el dia.

Perviven entonces solo en lugares recónditos de mi cerebro, del cerebro de todos. Metidos en la sinápsis de las neuronas. En sus reacciones químicas y sus estimulaciones eléctricas. Perviven, como mis sueños multimedia, en mi jardín secreto. Ese que de vez en cuando tiene melodías, olores, sabores, lugares, texturas...  ese que está lleno de fantasmas. Y eso me aterra.