viernes, 7 de agosto de 2009

Dulce Amnesia

Salgo del Hospital. Camino solo. La noche ha caido hace un rato y el alma va a trizas, calle abajo, hasta el coche. Mi pequeño corazón espera. Ya bañada, ya alimentada, gracias a Teté. Esa parte de mi que sale del hospital es una parte incompleta: ausencia de ellas.

Extraigo del derredor todo lo posible. Unos segundos de paz. El sol dejó su rastro en el cielo y sólo las nubes nos impiden ver sus resquicios. A lo lejos la Barcia aparece hermosa, rural, verde y alegre. Nosotros, sin embargo no somos los mismos. Desmemoré lo muchísimo que amaba esta ciudad por sus paisajes y sus rincones. Sus alrededores me calman. Su hermosura me seda y me tranquiliza. Su belleza me nutre, la interiorizo y de cierto modo me salva.

A los veintitrés años no pude evitar enamorarme de Santiago. Me encantaba la ciudad. Cuando llegaba a sus calles, notaba algo en el pecho. Una sensación de tranquilidad, de brillo, de excitación. Ahora esas sensaciones se han mitigado. Pero cuando he salido por la puerta trasera del hospital dejando a quien más quiero atras, con sus goteros, sus dolores, su oxígeno... esa sensación de que estoy disfrutando un gran regalo me ha vuelto a inundar. Y volví a sentir ese brillo interior mirando A Barcia y el sol poniéndose hacia Noia. Unos segundos de paz, lo dije antes. Esos que de vez en cuando te hacen pensar que la vida cómoda que disfrutamos no es sino una anestesia extraña del resto de los días. Una amnesia dulce de sensaciones amargas. A fin de cuentas soy sólo un chico que un día cambió de ciudad. Se fue a otra ciudad que también amaba, por su calor, por sus sensaciones, por su brillo. Y es que percatarte de que lo que amas puedes perderlo en un momento no deja de darte perspectiva de todo lo que disfrutas. Regalos que nunca abrimos y siempre disfrutamos.

La soledad me inunda. Las hecho de menos. Apenas veo a mis dos trocitos de corazón. A veces no dejo de pensar que esta dulce amnesia y esta anestesia, puntualmente desaparecen. Entonces vuelve a surgir el mismo que he sido siempre. Triste, melancólico y ajado. Pero a fin de cuentas, soy yo. Y sigo aquí.

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