lunes, 21 de febrero de 2011

Los campanas de la Negra Sombra

Hoy toca narrar algo que me sucedió a principios del pasado noviembre. Pongo en antecedentes: En Noviembre pasado uno de mis mejores amigos ( y la palabra amigo es realmente dificil de acuñar al día de hoy) celebró su despedida de soltero. La idea del organizador y de otros amigos era el celebrar una pequeña cena en el Hotel Bahía. Me gustaba la idea de ir a un Hotel que ha formado parte de mi infancia desde su exterior. Creo que fue la primera vez que entré dentro del que sea, quizá, el hotel más famoso de Vigo. El recuerdo infantil del niño en bicicleta corriendo por sus aceras, sorteando turistas y hombres de negocios de los ochenta, puede parecer un poco ñoño. Y probablemente lo sea. En todo caso me pareció un escenario impresionante y muy querido.

Bajaba hacia avenidas desde Urzáiz. Me gusta el recorrido. Al doblar Colón descubres el mar como si estuviese escondido. Al fondo. donde nadie lo espera.  Es curiosa la morfología de la zona. Caminé despacio, el primer temporal del invierno llegaba y la noche era desapacible. Pero al menos no llovía en demasía. Caminé por las humanizadas aceras, sorteé obras incómodas y me planté en las avenidas, con el Club Nautico presidiendo la zona. En los pantalanes los veleres hacían sonar sus cordajes al viento del temporal.

En ese momento, escuché una melodía reconocible. La campana de la caja de ahorros. Una campana que forma parte del paisaje acústico de Vigo. Algo que nunca eché de menos. Pero a la vez fue algo que entendí que estaba omnipresente en mi vida y no me había percatado. Sonaba, con el repliqueo de las diez de la noche, entonando la "negra sombra" a toque siniestro de campana. Me paré un instante, junto a uno de los escenarios de mi juventud, la alameda donde pasee una y otra vez en aburridisimas tardes de Domingo adolescente. "Demonios" me dije "vaya Dejá-vú" o como coño se escriba. Un momento absurdo. Pero al tiempo recordé al niño en bicicleta, a su hermano, al adolescente paseante, a los domingos de la Palma (también una plasta de Domingos donde no te podías manchar y el mayor atractivo era la ropita nueva y el refresco en el Hotel universal) y las tardes de calor sofocante bajo los árboles. Que pesadez de recuerdos. Un hastío insoportable me atacó de pronto. Las mismas sensaciones que cuando era un niño.  En medio de estos pensamientos entré en la cafetería. Lo que un día fue una de las mejores cafeterías de todos los tiempos estaba exactamente igual que en mi memoria de niño. Con una excepción. El tiempo ha hecho mella en todo aquello. La escafandra de buzo que preside la cafeteria, antes dorada y brillante, aparece ahora mustia, rayada, empolvada con capas de meses y meses de falta de limpieza. .La barra, enviídia de todos los bares de la ciudad, ahora estaba mellada, la cerveza era  barata, como cualquier bar del tres al cuarto. Las mesas, donde las señoritingas y los señoritingos hablaban de todo, siguen siendo las mismas, pero  aparecen rascadas, rotas  y hundidas. Todo lo que antaño aparentaba lujoso y bonito en la mente de un niño, ahora, en la mente de un adulto aparenta demasiado caduco. Impropio. En todo caso, no me sorpredió.

Quien vaya a la cafetería del bahía (animo a cualquier lector de este blog a que pase por allí y saque unas cuantas fotos y las compartamos) podrá ver que sigue siendo un viaje en el tiempo. El lujo se ha ido y queda un extraño cascarón de recuerdo. Tomé una cerveza fría mientras el temporal asolaba y ennegrecia todavía más la noche. Los acordes de la negra sombra en la cabeza. El viento fuera. El tiempo alrededor. Todo aparentaba arrasado.

La cena y los posteriores acontecimientos me dejaron  claras varias cosas.  Una  de ellas es que ya a pocos de los que estaban allí se les podía llamar amigos. Casi a ninguno, a excepción hecha del protagonista. Les pasó a muchos lo que le pasa a la cafetería del hotel Bahía. Les pasó factura el tiempo. Su pretendida exclusividad, su pretendido, buscado y falso elitismo es una tara mental demasiado grave como para ignorarla. Es un retraso demasiado palpable como para no evidenciarlo. Un síndrome demasiado pesado y demasiado repetido. Otros se han diluido. Se han quedado a medias, como losq dioramas pasados, como los paseos vividos en la juventud, como los viajes en bicicleta. Si, existieron, su apariencia es muy semejante a como eran anteriormente. Pero se pierden, se han perdido, se están perdiendo y no tengo ya ni ganas de hacerles volver. Serán saludados, nos veremos en ocasiones, habrá alguna llamada. Pero se van... y en el fondo yo quiero dejarles marchar.  Quiero que se vayan porque hasta hace poco eran buenos amigos y sería bueno dejarlos inmaculados en su recuerdo.  Lamentablemente se pierden y van manchando su traje inmaculado. Se van, se van, se van... o mejor dicho, ellos se quedan y yo sigo el viaje, como los barcos cuando zarpan del puerto. Quizá un dia vuelvan sus nombres a sonar como nuestros oidos, como la melodía de la negra sombra. En todo caso, lo digo ya, honestamente no los echaré de menos. Como no eché de menos la canción.

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