martes, 26 de mayo de 2009

Aviones

Hubo un tiempo en el que los aviones me recordaban la libertad. En realidad pasé por todas las divisiones posibles: Tierra, Mar y aire... al estilo de los cuerpos del ejército. Empecé hace años añorando los trenes que- al contrario de los de Sabina- viajaban hacia el sur. Eso me sucedió en la veintena, con el corazón sangrando pena por los cuatro costados. Los contemplaba desde los puentes peatonales que discurren siguiendo la vía en mi ciudad natal. Allí lloré muchas noches en silencio, contemplando los trenes que se iban y se iban. Era el llanto de un huérfano reciente con el corazón roto por amores de mala hora. Un cóctel explosivo. Antes me había pasado con los barcos, cuando niño, a los que podía observar durante horas y horas. Miles de horas. Y eran de todo tipo: los remolcadores que parecían tipos gorditos de cara alargada, los transbordadores, que eran los barcos que siempre volvían, los ro-ro y los cargacoches, que eran como paredes puestas en el mar. Los contemplé con alma de niño y sentimientos de niño. Evadiendo mis problemas a través de ensoñarme con ellos.

Y en la treintena surgieron los aviones. Me gustan sus formas. Sus líneas estilizadas. Sus alas. Y sobre todo esa sensación a viaje largo y a escenarios nuevos. Lo escribía Miguel Ferreiro en su Blog hace unos cuantos dias. Comentaba que a él los aeropuertos le transmitían una enorme sensación de nostalgia. A mi algo parecido. Tengo nostalgia cuando nos los veo y me produce morriña ver allá a lo lejos, a cien mil metros de altitud, como cantaba Toquinho, los aviones discurriendo blancos sobre un cielo azul. Hace pocos días me curé de la nostalgia. Volvimos a viajar a tierras nuevas y a espacios nuevos. Esta vez con pasajera nueva a bordo. Espero que a ella también le gusten los aviones. Sus sonrisas parecían demostrarlo.

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