viernes, 1 de febrero de 2008

Despacho Funcionarial con Vistas.


Sobre la explanada de Salgueiriños los bohemios y gitanos, los feriantes, los unos y los otros esparcen su modus vivendi a la búsqueda de un mejor postor de baratijas. Hierve la actividad bajo cubiertas plásticas a modo de toldos de ocasión, sobre caballetes de acero inoxidable desmontable. Los gritos empiezan a mezclarse ofreciendo la rebaja, el céntimo que se valora, el descuento progresivo, la ganga... Se mezclan los anillos de oro de las manos morenas que cuentan dinero con las bolsas de plástico de supermercado, con la compra diaria y la visita obligada en la panadería. Todo esto lo contemplo desde la ventana de un funcionario de la hacienda estatal. Hace sumas, hace cuentas, mira ese extraño vademécum digital que es un ordenador enganchado directamente a otro ordenador todavía más grande. Y la maquina le cuenta qué es lo que hay que pagar, cuantías, multas y embargos posibles. Amenazas veladas de un estado que subyuga a sus siervos con pocos recursos.

Miro por la ventana y a lo lejos aparecen las presentidas puntas de las torres de la catedral, sobre un cielo azul frío de Enero. El sol brilla. El funcionario hace cuentas. Teclea cifras cruéles para pago inmediato. Embargos. Uno, dos y tres. Los gitanillos hacen trueques. Cinco euros, cinco euros. Ahora cuatro y medio. El despacho del funcionario es una atalaya sobre la injusticia. Qué el importará al estado el malvivir de ocho años atrás. Qué le importará al estado el haber dejado media vida, medio sueldo en mantener una familia. Qué le importará al estado que trabajes más de 50 horas semanales en una precariedad absoluta, mediante la constante amenaza de la no renovación, mediante la extorsión de la carencia de medios. A nadie le importó hace ocho años... Absolutamente a nadie. Y menos a ese monstruo incierto, deforme ysin cabeza que es el aparato burocrático-fiscal de un supuesto país.

El funcionario goza de buenas vistas, pienso. Pienso y es cierto. Son buenas. La feria avanza. Me da papeles. Paga esto. O eso o multa al canto. Las pistolas se reemplazan por cartas de pago. El estado no precisa balas. Sabe donde vives, donde trabajas y a qué te dedicas. Te tiene localizado, te tiene delimitado. Dónde fuiste, dónde vas y qué o quien eres. Existimos para nutrir ese ente. El estado somos nosotros. Y al tiempo tampoco somos nosotros. Salgo del despacho con vistas. El funcionario queda allí, enganchado a su máquina de soporte vital. No sonrie . Sus vistas son mejores que el. El mundo es una rosa plagada en toda su extensión de espinas. Santiago de Compostela me devuelve una sonrisa teñida de hermosura en una mañana hermosa. Miro el papel del funcionario. Pienso... ¿qué importa el precio, si lo que importa es vivir.?

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