martes, 27 de noviembre de 2007

Carta para un Joven Amigo

Tenemos un tiempo delante. Un tiempo en el que las palabras, probablemente, van a sobrar. Nos esperan horas desazonadas y de una extraña y fría soledad. Recuerdo que cuando yo tenía tu edad, pensaba que la vida no podía ser más maravillosa. Aprenderás que toda apreciación será matizable por la propia vida. Notarás que te duele el pecho algunas veces, que el día no es tan brillante como debería y que el sol no calienta como quisieras. Y esos días, espero, que pienses en las palabras que ahora te escribo.

La vida es hermosa. Piensa en todas las cosas que ves en cada instante. Fíjate en el azul del cielo por las mañanas. Fíjate en el color de las cosas. Cuando llueva, observa lo maravilloso que es el tintineo del agua. Todo forma parte de todo. Todo está vinculado con todo. Tu eres todo.

Es cierto: notarás algunas veces que la vida no vale nada. Que nada merece la pena. Pero eso son sólo los momentos en que la droga de vivir deja de hacer efecto. Percátate de todo lo que te rodea. Todo se ha hecho para ti, para que lo disfrutes, para que sepas como és.

No dejes de amar la vida, aunque por desgracia ahora mismo te haya cambiado radicalmente. Te queda todo por vivir. Un día tendrás a alguien con quien compartir una puesta de sol, tendrás amigos que tocarán tu alma los días de lluvia, con los que compartirás café y conversación, viajarás a sitios insospechados, disfrutarás de la vida en cada momento. Habrá noches con lluvia de estrellas, con risas y una hoguera. Y en ese instante no desearás más que sentir que la vida corre a borbotones por tus venas.

Hace cuatro años, un amigo mío emprendió un gran viaje del que no ha vuelto ni volverá. Recordé que muchas veces, a lo largo de nuestra vida juntos, cantábamos una canción que hoy te voy a poner aquí. Escúchala y dime si te dice algo.

Cuídate mucho, joven amigo...



MÁS DE CIEN MENTIRAS...
Tenemos memoria, tenemos amigos,
tenemos los trenes, la risa, los bares,
tenemos la duda y la fe, sumo y sigo,
tenemos moteles, garitos, alteres.

Tenemos urgencias, amores que matan,
tenemos silencio, tabaco, razones,
tenemos Venecia, tenemos Manhattan,
tenemos cenizas de revoluciones.

Tenemos zapatos, orgullo, presente,
tenemos costumbres, pudores, jadeos,
tenemos la boca, tenemos los dientes,
saliva, cinismo, locura, deseo.

Tenemos el sexo y el rock y la droga,
los pies en el barrio, y el grito en el cielo,
tenemos Quintero, León y Quiroga,
y un bisnes pendiente con Pedro Botero.

Más de cien palabras, más de cien motivos
para no cortarse de un tajo las venas,
más de cien pupilas donde vernos vivos,
más de cien mentiras que valen la pena.

Tenemos un as escondido en la manga,
tenemos nostalgia, piedad, insolencia,
monjas de Fellini, curas de Berlanga,
veneno, resaca, perfume, violencia.

Tenemos un techo con libros y besos,
tenemos el morbo, los celos, la sangre,
tenemos la niebla metida en los huesos,
tenemos el lujo de no tener hambre.

Tenemos talones de Aquiles sin fondos,
ropa de domingo, ninguna bandera,
nubes de verano, guerras de Macondo,
setas en noviembre, fiebre de primavera.

Glorietas, revistas, zaguanes, pistolas,
que importa, lo siento, hastasiempre, te quiero,
hinchas del atleti, gángsters de Coppola,
verónica y cuarto de Curro Romero.


Tenemos el mal de la melancolía,
la sed y la rabia, el ruido y las nueces,
tenemos el agua y, dos veces al día,
el santo milagro del pan y los peces.

Tenemos lolitas, tenemos donjuanes;
Lennon y McCartney, Gardel y LePera;
tenemos horóscopos, Biblias, Coranes,
ramblas en la luna, vírgenes de cera.

Tenemos naufragios soñados en playas
de islotes sin nombre ni ley ni rutina,
tenemos heridas, tenemos medallas,
laureles de gloria, coronas de espinas.


Tenemos caprichos, muñecas hinchables,
ángeles caídos, barquitos de vela,
pobres exquisitos, ricos miserables,
ratoncitos Pérez, dolores de muelas.

Tenemos proyectos que se marchitaron,
crímenes perfectos que no cometimos,
retratos de novias que nos olvidaron,
y un alma en oferta que nunca vendimos.

Tenemos poetas, colgados, canallas,
Quijotes y Sanchos, Babel y Sodoma,
abuelos que siempre ganaban batallas,
caminos que nunca llevaban a Roma.



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