miércoles, 24 de septiembre de 2014

Nocturno Breve



A veces me despierto. Ella lo nota. Se queda acurrucada en la cama y se deja estar, adormilada, intentando una reentrada en el mundo de los sueños. La hora del desvelo siempre ronda las cinco de la mañana, media hora arriba, media hora abajo. Achaco eso y todo lo demás al cansancio que últimamente puebla nuestras vidas. Me despierto últimamente con el peso de la nostalgia en el corazón. Pero me gusta. Es una sensación enormemente placentera. Me sienta bien, como un vino con solera, fugaz y sabroso. Lo paladeo con la nostalgia de quien ha bebido de botellas de sabor único e inconfundible.




De vez en cuando camino en un sueño. El diorama es el de siempre: esa zona de mi ciudad que realmente no es mi zona. Me veo en el Calvario.. Me veo con dieciséis, con diecisiete años recién cumplidos. Me veo bien, con mucho más pelo, todavía vestido como nos vestíamos entonces. Y veo sus caras, las caras de aquellos que me acompañaron en aquellos años tan hermosos. Veo Jose Pena, tan limpio, gordito, elástico, saltón, fiel y noble como siempre. Lo recuerdo y me viene su voz. La noto aquí, en el pecho, como si fuese mi propio latido. Veo a mi primer -o segundo, ya no sé,- amor, con sus ojos verdes tan limpios y hermosos, tan hermosos y dolorosos. Me palpita un poco, un poco solo, más deprisa el corazón y el alma parece querer encogerse un momento. Pero ya no lo hace.




Los amigos. Los veo claramente, diáfanos claros, como un viaje en el tiempo. Los recuerdo a todos esperando en el semáforo. Daniel Jiménez rie y se carcajea, Kiko hace el payaso, con alguna broma de tipo sexual por el medio, como no. Gerson luce melena al viento mientas tararea una canción que aprendió a tocar ayer. Franchesco habla y maldice sobre salir juntos. Pereira tiene su larga melena de rizos al viento. David se acercó hasta el instituto para vernos a todos, al igual que Kevin, que ha salido de casa para saludar. Los veo como lo que fueron . Los chicos limpios, puros, con líneas tan visibles y definidas que nadie me creería. No es un sueño. Pienso que no es un sueño. Que finalmente logré soltar el lastre del paso de los años y puedo viajar en el tiempo. Que finalmente puedo escoger donde voy y donde vengo y en qué época de mi vida puedo estar y puedo ver. Me asaltan los rostros de Nacho, de Chema, de Miguel, de Mandy, de Rosa, Paula, Carmen, Bea, Raquel. Me va a matar esta nostalgia. Me matará. Pero me gusta. La siento dentro como algo mío e intransferible. Algo propio.




Pero sé que me engaño y no es verdad. Sé que me engaño. Y es pena que me pesa en el pecho y me hace crecer la humedad de los ojos.

El pensamiento de que todo forma parte de mi . De que yo formo parte de todo. De que todo es parte de mi vida.



Noto el sabor del primer café express que me tomé en el Lucky. Lo recuerdo como si fuese ayer, acompañado de Fran Carraledo, como el sabor del primer cigarrillo de tabaco negro que me dio uno de mis compañeros –ya ido, ya muerto con tan solo 25 años- justo cuando el corazón me fallaba porque pensaba erróneamente que ya nunca más nadie me amaría. Y escribo esto y me doy cuenta de que no había pensando en él desde hace años. Quiero suponer. Supongo que nos encontraremos en alguna otra parte. Que en algún otro lapso de tiempo, en algún otro lugar tendremos otro cigarrillo de tabaco negro a medias.






De pronto el diorama cambia y me veo en una isla, con un faro al fondo iluminando una noche de verano. Veo una playa desierta, los reflejos de la costa allá a lo lejos. Noto el sabor de la sangre en la boca. Y el pensamiento de que todo forma parte de mi . De que yo formo parte de todo. De que todo es parte de mi vida. Noto caer las lágrimas. Ruedan libres, únicas, limpias y purificadoras. Los haces de luz del faro se convierten en reflejos en el espejo de la noche. Y sé lo que ya sé ahora. Que ya nunca nada de eso volverá. Sabiendo que no seré nunca más quien fui. Que los perdí a todos en un lapso del tiempo. Que en ese lapso me acompañaron y que luego se fueron en el mismo breve tiempo en que volvieron.













Entonces me despierto. Ella lo nota. Se queda acurrucada en la cama y se deja estar, adormilada, intentando una reentrada en el mundo de los sueños. La veo y siento envidia. Me pregunta si he tenido un mal sueño. Y le digo que no, que era un sueño precioso. O casi, porque realmente ella no estaba. Y es que sin ella todo me parece vacío




Nos dormimos nuevamente, abrazados. Ella duerme plácidamente. Yo también, aunque con los ojos húmedos.

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