Vengo de noche furtivamente a escribir un rato. Es una de esas noches de Santiago, después de un atardecer naranja pálido y bello en medio de un octubre impropio. Sería de esas noches en las que si el que escribe tuviese el vicio del tabaco, se encendería un cigarrillo, al más puro estilo del capitán Manghisi, exhalaría el humo y lo vería flotar hacia la pantalla del ordenador con visión de cuadro de enfoque hollywoodiense, años cincuenta. De esa ecuación fallan varias variables. La primera, que no fumo. La segunda es que vivo en colores y no en blanco y negro y no tengo nada de glamouroso ... y la cuarta es que escribir es mucho más tóxico que fumarse cualquier tabaco de cualquier lugar del mundo. No importa con qué esté aderezado o aliñado.
Hay personas y personajes. He tenído la suerte de tener alguno al que pude o puedo llamar amigo dentro de esta última categoría. Amigos de esos que si uno fuera capitán de barco a vela tendrían aros hasta en las narices, tatuajes hasta salva sea la parte, una novia en cada puerto y una inevitable botella de ron. Amigos de esos que no te dejan tirado, amigos de esos que están en todas partes, aguantando a todos y a todo. Amigos que te soportaron pacientemente en tristezas de amores de mala hora, en horas altas y bajas. Sus caras están en un verano, en una noche, en miles de madrugadas... Amigos de los que puedes contar mil aventuras y desventuras. O incluso cuando en noches como esta te apetecería tener una buena botella de ron entre las manos, la imagen del amigo vuelve a la memoria.
De mi amigo Victor puedo contar miles de historias. Pero por deferencia al personaje, no lo voy a hacer. Es mejor escucharle a él un buen rato. Reirte o maldecir al unísono con él. Siempre que bebo un buen ron, pienso en él. Siempre que añoro una buena copa, pienso en él. Victor y el dorado licor están presentes y conjuntos siempre. Nos hemos ido de pesca furtiva con una botella de ron como protagonista. Hemos visto pasar las noches enteras, en la tranquilidad de una playa, hablando de mujeres, de amores y amantes de buena y mala reputación durante horas mientras el aguardiente de caña de azúcar nos acompañaba. Hemos hablado horas, horas y horas a la luz de la luna bajo los árboles de la playa de los olmos, contándonos nuestros respectivos planes de futuro. Momentos espléndidos de amistad que se diluyen con el paso cadencioso pero inexorable de la vida.
"hablando de mujeres, de amores y amantes de buena y mala reputación
durante horas mientras el aguardiente de caña de azúcar nos acompañaba."
Ayer, después de muchos meses, hablamos un rato al teléfono. Y hay una promesa: la de un dialogo con ron presente, para ponernos al tanto de la vida del uno y del otro. Entonces este texto dejará de ser monólogo. Y se convertirá en diálogo. Ahí queda pendiente. Volver a ver al amigo para evitar lo que siento esta noche: que escribo un extraño monologo con ron. O mejor dicho... con nostalgia del licor. Es lo que tiene crecer. Ya no puedes seguir siendo el rey del rockandroll.
miércoles, 19 de octubre de 2011
Breve y Extraño Monologo Con Ron
23:58
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