sábado, 14 de mayo de 2011

La coherencia del estado febril

Salgo del centro de datos y sé que no estoy bien. Me recibe una brisa helada y molesta. Amio y las afueras de la empresa son un paisaje vacío y oscuro. Me he pasado media tarde con dolor de cabeza y con fiebre. Hubo instantes donde las letras bailaban desde el monitor, se reían de mí, jugaban entre las casillas de los dos CRM, se movían, se colapsaban, se eclipsaban y se volvían invisibles en un manto oscuro y marrón. El portapapeles decidió irse a tomar viento fresco y su cordura fue tras él, y tras él, también fui yo. Reinicié sistema mientras el pecho me dolía, los pulmones me expectoraban, la cabeza me ardía y mis preocupaciones por la poca productividad en el tiempo de estancia en la empresa hacían que todos los síntomas se agravasen todavía más. Pero todas esas cosas tienen un segundo propio de vida, y luego fallecen por la importancia de volver a casa. Sé que en el trabajo no formo parte de nada. Intento centrarme, aprender cosas, analizar y descubrir. Pero es un ejercicio inútil. Tengo de vez en cuando la extraña impresión de que a nadie le importa lo que puedo aportar. Me encantaría gritar de vez en cuando y decir que soy un tipo muy formado en redes, que puedo ayudar, que puedo implicarme en otras cosas. Que puedo aportar mi experiencia, mis ansias, mi seriedad, mis conocimientos… pero en el fondo me doy cuenta de que todo eso, si uno hace un balance rápido, no importa lo más mínimo. Tanto en este como en otros trabajos. En esencia: soy invisible. En el fondo me da igual.

Vuelvo a casa. Aquí todo está en su sitio. Las niñas duermen. Tanto la grande como la chiquitita. La radio escupió problemas futbolísticos abusurdos del país de don Balón mientras el viejo coche me acercaba a mi hogar. La autopista estaba vacía. Mi cerebro también. Me daba todo absolutamente igual. Cuando llego hago siempre el mismo ritual; dejo mis cosas en cualquier parte (ya me reñirá Irene mañana) bebo algo y beso a mis amores. Los dejo descansar. En el fondo me doy cuenta de que es lo que más me gusta del día. Eso y este instante de ponerme a escribir.

"Tengo que programar algo" me digo. Me pongo a teclear código un rato. Ejercicio infructuoso. Leo libros. No sirven, son viejos. Nada funciona. De pronto de doy cuenta de que no sé nada. Que un formulario aparece y desaparece cuando no debe. Que una ventana no se abre cuando debiera abrirse. Me desespero. Tengo que terminar esto. No sé que me pasa. Estoy obsoleto, como una locomotora a vapor frente a un veloz tren bala moderno. Soy una reliquia. Necesitaría un curso para refrescar mis pocos conocimientos de programación. Soy una antigualla, me reafirmo. Cierro el entorno de creación. Estoy harto. Harto de estas cosas con teclas.

Me tomo un ibuprofeno con leche caliente. Maldito momento. Maldito país. En condiciones normales yo no haría esto. No estaría aquí. La fiebre me sigue subiendo a momentos. La extraña coherencia del estado febril me marca poco a poco este texto. Me hormiguean las manos. Vuelvo a pensar que fuera de estas paredes, de esta cálida trinchera que es mi casa, mi cama, mi hogar… en realidad no formo parte de nada. No lo echo de menos. Creo que hasta me gusta ser así. Yo que siempre he sido tan extrovertido, tan amigable, tan buen anfitrión, tan buen cicerón y tan buen tertuliano, tan buen amigo. Mutación sorpresa. No me gusta últimamente relacionarme con nadie. La mayor parte de la gente de mi entorno me da absolutamente igual. Excepción hecha de mis cuatro amigos, de mi vida, de mi familia política… hay momentos en los que sería absurdamente feliz si nadie me hablase, si me hiciesen de verdad invisible, como los mendigos, los pordioseros, los tristes de corazón, los locos en sus celdas.


 

¿Y si un día me canso de todo? A lo mejor algún día me canso de aguantar a la gente que me convierte en invisible. Lo he pensado alguna vez…¿ y si un día me canso de aspirar los broncodilatadores y los corticoides que me mantienen operativo? Si un día me canso de la vida que llevo ¿Qué haría? Si en un determinado momento me canso de sentirme invisible, de que me llamen parásito, de tener siempre paciencia… ¿Qué sucedería? Quizá todos aquellos que piensen que soy invisible… no pensasen lo mismo. Quizá todos aquellos que me tienen por buenazo, por sensible, por pausado, por hombre tranquilo… no tendrían nunca más ese concepto sobre mí. Con lo que cuesta mantener la calma y la paciencia a un tipo tendente al nervio como yo, lo más fácil seria dejarse llevar y sacar al monstruo del sótano a soltar un largo pis y dar un par de mordiscos bien merecidos a más de uno.


 

La tos sigue. Me duele todo el cuerpo. Me olvido de los formularios. Me olvido de todo. Soy incapaz de dejar de escribir mis excrementos mentales aquí. Porque adentro guardo una luz y vivo feliz arropado en la cálida trinchera de mi vida. Aquí estoy esperando un nuevo ataque y un nuevo zarpazo. Aquí me encontrarán. Soportando la fiebre, que ya remite, que ya me libera. Me voy a la cama, a disfrutar de esa parte tan extraña y desconocida de mi vida. Porque sé que yo soy yo. Y eso nadie me lo puede quitar.

1 comentarios:

Adela (mamá de Marina y Julia) dijo...

Ánimo Fran!! Has hecho que se empañen los ojos con tus palabras. Sabes que todos somos invisibles en este mundo; pero por suerte, siempre habrá gente (tú lo has dicho) familia, algún amigo, ... que siempre nos verá, o al menos, recordará, alguien para quien somos importantes y que nos valoren como como somos y no por lo que somos. Desde Vigo un fuerte abrazo y un bico para tus niñas. Adela.