
He adquirido una extraña -o quizá no tanto- costumbre cuando vuelvo a casa de noche desde el trabajo. Detengo el coche un rato, no mucho, acaso diez minutos al lado de casa, junto a los árboles, donde las faloras de las calles quedan resguardadas por los árboles del monte cercano. Y me dedico a ver las estrellas desde allí. En estos días que han venido calurosos, como promesa firme de un verano adelantado, reconozco que es un placer. Un placer de...