Anoche me acerqué nuevamente a los libros. Yo estaba solo, perdido, reconfortado en la soledad de este cuarto desde donde ahora escribo. Y me encontré bien, relajado y extraño. Abrí uno de esos tomos favoritos míos. Uno de los artículos que publicaba -quizá lo escogí al azar, acaso me llevó mi subconsciente a toparme nuevamente con él- se titulaba "Desentenderse".No pudo haber sido más clarificador. Ultimamente no hago más que desentenderme de cosas.
Primero fue el trabajo. Me desentendí de ser una máquina de trabajar, pasando más de once horas diarias metido dentro de un despacho y aguantando unas cosas y otras. Me harté de ser alguien que no soy. Me perdía todo lo que realmente me interesaba en la vida. Quemé mas horas de las que debía en aquel despacho y en aquella ocupación. Por eso el trabajo se desentendió de mi. Tardé meses en desentenderme yo de él. Me perseguía hasta en sueños, en sitios, en lugares. Se volvió una especie de obsesión, cuando el teléfono sonaba, o cuando dejaba de sonar. Pero ya no sucede. Me olvidé de él. Y fui feliz haciéndolo.
También me desentiendo de las malas amistades, de los comentarios a deshora que hacen, de su vida que antes era parte de la nuestra. Me da absolutamente igual qué digan y cuando lo digan. Mi vida empieza hoy. Nuestra nueva vida empieza ahora. Suerte para ellos. Ya no necesitamos su presencia. Ya somos libres. Vivimos sin ti. Nos desentendemos de tí, como uno se desentiende de lo que le sobra, de lo que es accesorio, de loque no precisa, de lo que no entiende ni quiere entender.
Pronto habrá un nuevo viaje, una nueva sonrisa, una nueva etapa. Por eso, ahora, dejamos equipaje en el camino. No necesitamos nada. Nos desentendemos. Salimos de aquí, del tiempo oscuro, para vivir. Desentendidamente, claro está.
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