viernes, 5 de octubre de 2007

...Y volveremos a caminar nuevamente junto al faro

Dicta el calendario que hoy es viernes. Lo bueno que tiene el viernes es que parece el día más alegre de toda la semana. Todo parece perderse por un breve instante en la alegría de un descanso merecido. Cuando trabajaba en la factoría, lo mejor era saber que el viernes a las dos de la tarde la jornada había acabado. Se abría una dimensión lúdica envidiable. Tantas horas para uno sólo y tanto para descansar.

Evidentemente las horas tienen un peso. A veces muy grave, otras liviano. Siempre que hay unos días de asueto las mismas horas graves de antes salen volando como volutas de humo, corriendo.

Siempre suena mejor cuando hay con quien compartir esos instantes de auseto. Lo terrible, y ya lo expresó Moix en alguna otra ocasión en algún texto (El domingo del joven triste) es cuando no hay quien comparta ni un solo minuto contigo. Cuando vivía solo, y de eso no hace tanto tiempo, recuerdo los autenticos estragos que causaba en mi la soledad cuando era inesperada y no deseada. Cierto que no hay nada mejor algunas veces que una buena botella de ron y un buen libro cuando el cuerpo te lo pide. Pero cuando el cuerpo lo que te pide es escuchar una voz que no es la tuya, entonces sí que hay un problema o un sin vivir. Para todo hay antídotos: Cuando era más jóven, me gustaba perderme durante horas en el monte o en la playa. Hubo una época que incluso cuando peor me sentía, más kilómetros hacía en mi viejo Ford para poder encontrarme un rato a mi mismo. He caminado noches enteras sólo. He cenado en la más completa soledad de un domingo por la tarde-noche. He dado vueltas horas y horas. He realizado cientos, miles de kilómetros, con el coche vacío, en carreteras oscuras y terribles. Y recuerdo aquella sensación como si hubiese sucedido hoy. La sensación de estar vacío por dentro, de estarse comiendo la vida tu corazón. La sensación del frío recorriendo tus entrañas, la de no encontrar otros ojos que no sean los ojos de la indiferencia. La del teléfono que no suena, la de la llamada perdida...

... quizá la soledad no vuelva nunca. O por lo menos no vuelva a menudo. Y si vuelve, siempre tendremos la necesidad de una noche en su compañía, como otras tantas veces. Nos armaremos de una botella de buen vino, o de ron. Mordisquearemos una canción entre los dientes "...Si tu no vuelves.." Y volveremos a caminar nuevamente junto al faro. Mientras nuestra vieja amiga la soledad nos vuelve a comer a trozos, poco a poco, nuestro humilde, triste y viejo corazón.

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