No hay nada más que el tiempo. El tiempo nos une, nos dicta, negocia cadencias. Nos entrega y nos recoge.
Hace poco más de un año podía decirse que el fin de todo lo conocido y vivido por mi desde que me vine a esta ciudad debía significarse que era una lucha hacía la mejora de mi vida. Ahora mis andanzas parecen ceñirse a la pervivencia en un paréntesis inmenso y cuasi eterno. Espero noticias. Vivo pegado a un teléfono que no suena. Y esa es la escasa victoria, la escasa esperanza, la torpe agonía que todavía me queda para levantarme esta mañana.
Este tiempo tiene que tener un final. Y hoy empiezo a ponérselo.
La niña duerme todavía. La casa se levanta acogedora. Afuera nos han prometido la nieve en las próximas horas y se estrena uno de mis meses favoritos, Diciembre, que promete navidades, reencuentros, caricias, llamadas de recuerdo. Fin y prinicipio. Principio y fin. Mi corazón pervive helado, dentro de mi, pensando en el tiempo que me queda. Me erguí de la cama pensando que hace mucho tiempo de muchas cosas vividas. Me siento como si hubiese dejado atrás mil cosas en mil edades diferentes. Hoy empieza y termina un tiempo. Paréntesis inverso. Final. La proa busca nuevas olas a las que acuchillar. Quiero ser la derrota de una carta marina. Ser una de mis mil golondrinas, de las de mi infancia; las que veía en los muros de la iglesia de mi colegio anidar, marcharse hacia el sur, el añorado sur, el imaginado sur de la mente de un niño -lugar de luces perpétuas, soles sonrientes y gentes alegres que viven en dioramas coloreados en Cinemascope- y volver cuando la primavera era promesa.¿Donde fueron, qué vivieron los pajaritos aquellos? Quiero pensar que todo acaba hoy. Que el frio nos trae flores de nieve. Que por fin este tiempo debe tocar precisamente a eso, al fin. Me levanto con la idea de aniquilarlo.
Una de mis profesoras de lengua, Graciela, me decía siempre lo mismo con mis pausas temporales en los paréntesis en mis textos de infancia. Todo esto está muy bien -decía- pero como siempre (recalcaba) te has olvidado del final del paréntesis. Yo me mordía las uñas y me daba cuenta del despiste. Vaya fallo, me decía a mi mismo.
Hace poco más de un año podía decirse que el fin de todo lo conocido y vivido por mi desde que me vine a esta ciudad debía significarse que era una lucha hacía la mejora de mi vida. Ahora mis andanzas parecen ceñirse a la pervivencia en un paréntesis inmenso y cuasi eterno. Espero noticias. Vivo pegado a un teléfono que no suena. Y esa es la escasa victoria, la escasa esperanza, la torpe agonía que todavía me queda para levantarme esta mañana.
Este tiempo tiene que tener un final. Y hoy empiezo a ponérselo.
La niña duerme todavía. La casa se levanta acogedora. Afuera nos han prometido la nieve en las próximas horas y se estrena uno de mis meses favoritos, Diciembre, que promete navidades, reencuentros, caricias, llamadas de recuerdo. Fin y prinicipio. Principio y fin. Mi corazón pervive helado, dentro de mi, pensando en el tiempo que me queda. Me erguí de la cama pensando que hace mucho tiempo de muchas cosas vividas. Me siento como si hubiese dejado atrás mil cosas en mil edades diferentes. Hoy empieza y termina un tiempo. Paréntesis inverso. Final. La proa busca nuevas olas a las que acuchillar. Quiero ser la derrota de una carta marina. Ser una de mis mil golondrinas, de las de mi infancia; las que veía en los muros de la iglesia de mi colegio anidar, marcharse hacia el sur, el añorado sur, el imaginado sur de la mente de un niño -lugar de luces perpétuas, soles sonrientes y gentes alegres que viven en dioramas coloreados en Cinemascope- y volver cuando la primavera era promesa.¿Donde fueron, qué vivieron los pajaritos aquellos? Quiero pensar que todo acaba hoy. Que el frio nos trae flores de nieve. Que por fin este tiempo debe tocar precisamente a eso, al fin. Me levanto con la idea de aniquilarlo.
Una de mis profesoras de lengua, Graciela, me decía siempre lo mismo con mis pausas temporales en los paréntesis en mis textos de infancia. Todo esto está muy bien -decía- pero como siempre (recalcaba) te has olvidado del final del paréntesis. Yo me mordía las uñas y me daba cuenta del despiste. Vaya fallo, me decía a mi mismo.
el imaginado sur de la mente de un niño -lugar de luces perpétuas, soles sonrientes y gentes alegres que viven en dioramas coloreados en Cinemascope- y volver cuando la primavera era promesa.Por eso me hago hoy la recomendación que ella me dijo un día. "Después de describir la acción paralela, cierra el paréntesis. Pon el paréntesis inverso" Por mucho que he buscado no encuentro ese término del paréntesis inverso. Solo sé que Graciela tenía razón. Ha llegado el momento de cerrar paréntesis. Ahí va.