No hay nada más que el tiempo. El tiempo nos une, nos dicta, negocia cadencias. Nos entrega y nos recoge.
Hace poco más de un año podía decirse que el fin de todo lo conocido y vivido por mi desde que me vine a esta ciudad debía significarse que era una lucha hacía la mejora de mi vida. Ahora mis andanzas parecen ceñirse a la pervivencia en un paréntesis inmenso y cuasi eterno. Espero noticias. Vivo pegado a un teléfono que no suena. Y esa es la escasa victoria, la escasa esperanza, la torpe agonía que todavía me queda para levantarme...